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La muerte los persiguió y alcanzó en los buques anclados a donde huyeron del “mal que irradiaban los enfermos”. Cuando la peste bubónica afectó a Inglaterra en 1665, los ingleses pudientes pusieron agua de por medio y se aislaron voluntariamente en grandes y lujosos barcos.
Avicena, un famoso médico del siglo XI, ya había advertido del “contagio aéreo” y de las probabilidades de que una persona sana enfermara si se hallaba cerca de una afectada. Las consecuencias de su teoría, confirmadas durante la peste negra, justificaron la huida de los ingleses y una medida adicional que comenzó a hacer carrera: el acordonamiento o cuarentena.
Muchas se aplicaron durante la historia, nunca una como la que actualmente mantiene aisladas a alrededor de 56 millones de personas en el mundo. 3.711 de ellas permanecieron recluidas hasta ayer en un barco inglés desde que se detectó el virus en un hombre que desembarcó en Hong Kong. Siguiendo el mismo guión del “aire de los enfermos”, las autoridades decretaron cuarentena.
Desde el pasado 3 de febrero nadie pudo entrar ni salir. Un elemento propio de la enfermedad complicó la situación: el covid-19 encuba en silencio durante dos semanas. Tras 16 días transcurridos, un grupo inicial de 500 personas comenzó a desembarcar ayer. Su salida fue aprobada después de que dieran negativo en la prueba de la enfermedad. Para el resto de pasajeros y tripulantes, sin embargo, el drama continúa. Este miércoles fueron confirmados 79 casos más, lo que ya eleva la cifra de contagiados en el barco a al menos 621 personas.
Enfermos y sanos tendrán que seguir conviviendo durante un tiempo indefinido, esperando que su cuerpo resista y supere el embate del virus, o comenzar a engrosar la lista como un afectado más. La medida ha sido cuestionada y aunque desde la salubridad pública se defiende, plantea un debate ético.
Solo tres días después de que los pasajeros del Diamond Princess fuera obligados a permanecer en el barco, diez casos más fueron confirmados. El covid-19, explica Juan Camilo Díaz, epidemiólogo y profesor de la Universidad CES, se transmite persona a persona por vía respiratoria. “Sabemos que la capacidad de contagio es grande, por lo tanto se intentan tomar medidas para restringir la salida del virus” afirma el experto. Con el transcurso de los días, la cifra de infectados en el barco no ha parado de crecer.
David Abel, un británico que viaja con su esposa en el barco, relató a través de su perfil en Facebook el día a día de la cuarentena. Pese a que los pasajeros se ven obligados a permanecer en sus cuartos y solo pueden salir en determinadas horas, los tripulantes de la embarcación continúan asistiéndolos y tienen contacto permanente con todos.
Esta medida, necesaria para que los pasajeros puedan recibir alimentación y los controles de salud, fue una de las críticas que lanzó Kentaro Iwata, profesor de la división de enfermedades infecciosas de la Universidad de Kobe, en declaraciones recogidas en la agencia AFP. Para el experto, el manejo de la crisis en el barco ha sido “caótica”.
“Este navío es totalmente inapropiado para el control de propagación de infecciones. No hay distinción entre zonas verdes (sanas) y rojas (potencialmente infectadas)” señaló en una comunicación rechazada por el gobierno nipón.
La importancia de que permanecer en el barco no sea una sentencia cobra un valor ético. Daniel Defoe, escritor y periodista inglés, retrata las crueles prácticas de aislamiento que se adoptaron en Inglaterra durante la peste negra. Se encerraban a familias enteras junto a los moribundos, con guardias en la puerta. Era la visión de la cuarentena como el olvido definitivo.
Para los tripulantes que abandonaron ayer el Diamond Princess, el regreso a casa no será completo. Sus países de origen ya han anunciado que al llegar a territorio patrio deberán ingresar a una nueva cuarentena, con el argumento del bien común.
Proteger a la población mundial de una enfermedad potencialmente mortal ha sido el objetivo de los organismos de salud desde que el virus se hizo público. La concepción del bien común ha primado, incluso si eso ha significado exponer a un mayor riesgo de infección a millones.
El debate se ha planteado como un tema colectivo y no como una decisión individual. El magister y docente en psicología, Juan Carlos Jaramillo, señala que de no ser así cada quien asumiría que su supervivencia es razón suficiente para evadir cualquier medida de cuarentena. Eso, sin embargo, no implica un aislamiento total. “Estamos obligándolos a que, en nombre de todos, arriesguen su vida. Si nos unimos para decidir que deben estar lejos, asumimos la responsabilidad de protegerlos” asegura.
Desde la ciencia está claro que la cuarentena es una medida necesaria para la viabilidad de la especie. Así ha sido desde los primeros virus. Sin embargo, la diferencia entre los ingleses que huyeron hace casi 400 años para salvarse, es que la humanidad no parece dispuesta ahora a seguir adelante a cualquier costo. O así quiere suponerlo .