De ser uno de los bastiones de la historia de la humanidad, testimonio de tiempos de comerciantes, guerras y esclavos, Palmira, en Siria, pasó a ser también símbolo de lo que está en juego en una sangrienta guerra que perdura tras cinco años. El mundo que se maravilló ante ella durante siglos, se impactó desde mayo de 2015, porque la ciudad milenaria era tomada por el Estado Islámico.
Ante un grupo que pretende destruir toda historia que no sea la que permite su visión del Corán, los peores temores surgieron. ¿Devastaría el EI dicho sitio? El grupo pareció usar a Palmira como un rehén, una carta a favor en el complejo conflicto sirio. También como un macabro lugar ceremonial para realizar sus acostumbradas ejecuciones de “infieles”, como fue el caso del exdirector del yacimiento arqueológico, Khaled Asaad. Las finas piedras que se levantan entre el desierto empezaron a oler a sangre.
Eso hasta el 27 de marzo de 2016. Las tropas del régimen de Bashar al Asad retomaron la ciudad, apoyadas por la aviación rusa. Pareció una rápida ofensiva en tenazas, como la Blitzkrieg alemana usada esta vez para una buena causa. El mundo sintió alivio.
Pero los expertos no están igual de alegres. Los daños que dejó el paso de más guerra sobre Palmira son evidentes.
Como con tantas otras contiendas de la antigüedad, Palmira sobrevivió nuevamente al absurdo humano, intentando quedar como testimonio de lo bueno, pero la tarea ahora será recuperarla de los destrozos.
“El gobierno sirio, seguido por las palabras de apoyo procedentes de medio mundo, hablan de restaurar Palmira hasta dejarla tal cómo se hallaba antes de que la ocuparan los terroristas. Pero, incluso, en lo puramente material, la reconstrucción será compleja, cara y, a veces, imposible y eso contando con que se haga bien, como ya advierten especialistas de la Unesco”, advirtió el periodista e historiador español David Solar.
“Respiremos aliviados porque mucho de lo que había continúa allí y mucho podrá restaurarse, pero jamás volverá a ser como era. Con todo, para sublimar la pérdida, se puede mirar con los ojos de Irina Bokova, directora general de la Unesco: ‘A pesar de su ensañamiento, los extremistas no podrán borrar jamás la historia ni acallar la memoria de este lugar’”, concluyó.