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La lucha por la paz tras las bombas atómicas del 45

Le contamos cómo se ha reconstruido Japón después de los ataques a Hiroshima y Nagasaki y en qué va la carrera nuclear hoy. El país ha superado el dolor.

  • Este año las conmemoraciones para recordar a los muertos por las bombas atómicas fueron más sobrias por la covid. En la imagen, luces que siguen sembrando esperanza tras la desolación. FOTO efe
    Este año las conmemoraciones para recordar a los muertos por las bombas atómicas fueron más sobrias por la covid. En la imagen, luces que siguen sembrando esperanza tras la desolación. FOTO efe
09 de agosto de 2020
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Hibakusha. Esa es la palabra japonesa para referirse a las víctimas de esos días grises de agosto de 1945 y traduce, literalmente, sobreviviente. Esas personas se congregan hoy para pedir la paz. Como lo dijo a la agencia AFP Terumi Tanaka, de 88 años: “Lo que nosotros los hibakusha le decimos al mundo es que no se puede repetir un ataque nuclear”.

Detrás de la cúpula, a un kilómetro de donde hace 75 años explotó la bomba atómica, hay gigantescos edificios. No hay rastros de lástima ni de terror. Hay una ciudad moderna, tecnológica, desarrollada, que vive, básicamente, de la industria.

Pararse al frente de esa cúpula es recordar la barbarie de la guerra, ver un monumento en honor a la memoria y a las víctimas, pero cuando una persona se da media vuelta descubre una ciudad que se repuso a la catástrofe. Es encontrarse con una urbe moderna, civilizada y con mucho orden. Las personas caminan siempre por la derecha, sonrientes y con respeto hacia el prójimo. Los ciudadanos a los que hace tan solo 75 años les cayó una bomba atómica, ahora son ejemplo de resiliencia para el mundo. Las cicatrices existen, claro, pero se concentran en contar cómo reconstruyeron una ciudad en poco tiempo y lograron la felicidad pese a las adversidades

Y es que hoy en Hiroshima, donde viven 1,2 millones de personas, tan grande como Cartagena, la gente no habla de terror, de dolor, no hay heridas abiertas, no hay llanto. Todo lo que ven es la oportunidad para revivir, para contarle al mundo que son mejores seres humanos. Es más, es desde Hiroshima cuando hoy le dicen al mundo que sí es posible que después de la pandemia seamos mejores personas. “Ya sea el coronavirus o las armas nucleares, la forma de superar estos desafíos es la solidaridad entre los pueblos”, dijo Keiko Ogura a AFP, una superviviente de Hiroshima de 83 años. Ahora, el interés de estos hibakusha es que la memoria no desaparezca, que las nuevas generaciones sepan lo que pasó con el único interés de que no se repita.

Así pasó

El reloj de la Peace Clock Tower en Hiroshima marca dos fechas. La primera, de ese 6 de agosto de 1945 cuando la bomba nuclear Little Boy de Estados Unidos explotó en el cielo de esa ciudad japonesa, a las 8:15 de la mañana. La segunda está en septiembre de 2017, que corresponde al último ensayo nuclear protagonizado por Corea del Norte.

Esa torre de 20 metros de altura con un reloj esférico en su cúspide es la forma en la que Japón recuerda la primera explosión nuclear lanzada contra civiles. Su doble conteo del tiempo tiene dos funciones: hacer memoria y alertar sobre los ensayos nucleares que aún siguen.

Hiroshima no fue el único estallido que vivió el país en ese agosto. Tres días después, el día 9, precisamente, hace 75 años, detonó la segunda y última bomba atómica lanzada por el hombre contra otros seres humanos. Se llamó Fat Man, también desarrollada por los norteamericanos.

“Las bombas atómicas fueron un hito en la historia de la humanidad. Después de ese momento, en la Guerra Fría muchos tuvimos el temor de que el mundo podía terminarse por una explosión atómica porque otros como la URSS comenzaron a crearlas también”, afirma el PhD en Historia y Ciencias Políticas y profesor emérito de la U. Nacional, Álvaro Tirado.

En Nagasaki fallecieron 140 mil personas; en Hiroshima, 74 mil. Las huellas de esos sucesos siguen en la sociedad japonesa que esta semana, como cada año desde esa fecha, rindió honores a sus víctimas. “Nunca debemos permitir que se repita este pasado doloroso”, dijo el alcalde de Hiroshima, Kazumi Matsui, el pasado jueves, mientras conmemoraba estas fechas.

Esa frase da cuenta de la bandera que tomaron el país y, especialmente, esas dos ciudades después del conflicto: un discurso de paz y no agresión. El investigador del CIPE de la U. Externado, Andrés Macías, destaca que Japón se convirtió en una nación pacifista, un manifiesto que está en el artículo 9 de la Constitución que pide que el Estado no tenga un Ejército.

“No obstante, sí ha tenido una capacidad disuasiva. Y hoy en día hay una controversia sobre si continuar o no con ese numeral de la carta magna. Aún así, desde entonces Japón ha sido un país que promueve la lógica de la seguridad humana”, afirma Macías.

Su premisa es no atacar. Tienen un grupo de autodefensas de aire, mar y tierra llamados a operar solo en caso de ser blanco de una ofensiva y un acuerdo con Estados Unidos para que los defienda si se presenta un conflicto.

En mayo de 2016 el entonces huésped de la Casa Blanca, Barack Obama, visitó el lugar de las bombas; el Papa Francisco también tuvo una cita en ese lugar en noviembre de 2019, ambos con un mensaje de conciliación: “Nunca ha estado más claro que, para que la paz florezca, es necesario que todos los pueblos depongan las armas de guerra”, dijo el Sumo Pontífice.

Japón rinde homenaje con frecuencia a las víctimas, quienes gozan de gratuidad de cuidados médicos. Los dos últimos fueron el pasado jueves 6 de agosto y el 29 de julio y el gobierno ha reconocido a 136.682 personas como sobrevivientes de las bombas.

Un punto final a la guerra

Todo comenzó en 1939 cuando Albert Einstein se acercó al presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt para comentarle de la fisión nuclear, la base para fabricar bombas de alta potencia. El demócrata comulgó con la idea del científico e inició un comité consultivo del uso del uranio, insumo principal de las bombas.

En septiembre de ese año la Alemania de Adolf Hitler comenzó las invasiones a Polonia y Francia y declaró la guerra a la Unión Soviética (URSS). Estados Unidos se mantenía ajena a los enfrentamientos que vivía Europa.

El 7 de diciembre de 1941 un giro cambió la contienda. La aviación japonesa había atravesado en silencio, el Pacífico hasta llegar a Hawái, donde atacó la base naval de Pearl Harbor y esa ofensiva impulsó el ingreso de los norteamericanos a la batalla.

“Estamos hablando del juego por el control del mundo moderno. Pearl Harbor dio al gobierno la fuerza política que necesitaba para entrar en la II Guerra Mundial, un conflicto que se traduce en el prólogo de lo que vivimos hoy: el predominio norteamericano y el desarrollo tecnológico”, explica el decano de Ciencias Sociales de la UPB, Ramón Maya.

Ese ataque traza una línea cronológica con agosto de 1945, cuando estallaron las bombas. En medio está el Proyecto Manhattan, la iniciativa que se trazó la Casa Blanca en agosto de 1942 para desarrollar las bombas, esfuerzo que costó 2.000 millones de dólares. El primero de este tipo.

Avanzó la guerra, la amenaza de la Alemania de Hitler cesó en mayo de 1945 con la rendición del Tercer Reich, pero los enfrentamientos de Estados Unidos con Japón continuaban. En marzo de ese año bombardearon Tokio y otras ciudades japonesas, con proyectiles convencionales, y entre abril y junio se libró Batalla de Okinawa.

Al tiempo, los norteamericanos se acercaban al arma atómica. Un ensayo se realizó el 16 de julio en una base aérea de Nuevo México. Esa, la bomba Trinity, dio inicio a la era de los arsenales nucleares, y el recién ascendido presidente Harry Truman aprobó atacar a Japón con estos.

El 26 de julio, paralelo a la Conferencia de Postdam, Truman dio un ultimátum a los asiáticos. Lo omitieron. Con esa fractura entre ambos Estados Unidos lanzó sus bombas contra Hiroshima y Nagasaki, que significaron el fin de la II Guerra Mundial.

El arsenal nuclear sigue

En agosto 1949 la URSS ensayó su primera bomba de este tipo en Kazajstán y ahora Rusia también tiene este arsenal. Si bien esos dos son los países con más proyectiles nucleares, China, Corea del Norte, Francia, India, Israel, Pakistán y Reino Unido también los tienen (ver Infografía).

Que exista ese tipo de arsenal no es el único problema. En agosto de 2019 Estados Unidos se retiró del acuerdo internacional que tenía con Rusia para este ámbito, el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF, por sus siglas en inglés).

Ha habido acercamientos diplomáticos para renegociarlo, pero la Casa Blanca exige que China también participe y desde Pekín el pasado 10 de julio rechazaron esa propuesta, argumentando que cuentan con poco armamento.

Otro pacto, el New Start III, firmado por Moscú y Washington, expira en febrero de 2021 y tampoco hay conversaciones a la vista para prorrogarlo. Un acuerdo más está en el limbo, el de Cielos Abiertos de la Organización de Seguridad y Cooperación Europea, porque en mayo Estados Unidos se retiró de este. Si bien no está enfocado en lo nuclear, sí servía como instrumento para que las potencias vigilaran la producción de armas.

“El mundo había entendido que no podíamos estallar esas bombas porque podrían llevar a la desaparición de la humanidad. Con el tiempo se ha olvidado ese mensaje y ahora hay explosivos más poderosas que las que estallaron en Japón. Ningún país debería tener armas con un potencial tan letal”, afirma el historiador y profesor de la U. Tadeo, José David Moreno.

Con un rearme a cuestas, las tensiones de China y Estados Unidos marcando la agenda internacional y desacuerdos diplomáticos sobre qué hacer con el arsenal, este domingo Japón recuerda su horror. Ese país sí que aprendió las lecciones de la guerra y ahora le apuesta a la armonía..

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