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Oro de El Congo mezcla miserias, esclavitud y sangre

AngloGold, la minera que proyecta explotar en Jericó, fue denunciada por pagos a paramilitares en ese país africano.

  • El Congo es una de las naciones con los mayores yacimientos de oro, cobalto y otros minerales valiosos en el mundo, pero su explotación ha sido un desastre social. FOTO Reuters
    El Congo es una de las naciones con los mayores yacimientos de oro, cobalto y otros minerales valiosos en el mundo, pero su explotación ha sido un desastre social. FOTO Reuters
24 de octubre de 2019
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El manejo ilegal del oro y otras de sus riquezas naturales son la cara y el sello, el rey y el esclavo de la miseria que arrastra la República Democrática de El Congo, escenario de uno de los conflictos más sangrientos del mundo moderno, lejos de resolverse.

En la segunda gran confrontación en ese país (1998-2003), llamada también la Guerra Mundial de El Congo, que pese a un acuerdo de paz dejó numerosos arietes activos, combatieron soldados de nueve naciones. Las víctimas se contabilizaron por millones: más de 3,7 millones de muertos, millones de desplazados y huérfanos; cientos de miles de mujeres y niñas abusadas sexualmente, hambrunas, cólera y una nación devastada.

Ruanda lideró los ejércitos extranjeros y locales que sumó a su causa para cazar en territorio congolés a algunos de los responsables del genocidio ruandés ( 7 de abril - 15 de julio de 1994), que se refugiaron allí. En los 100 días que duró el genocidio, cuando la sangre dejó de correr, el 75 % de la población tutsi había sido exterminada, unos 800.000 muertos.

El Congo, uno de los 54 países del África ardiente, 80 millones de personas, tiene en su suelo y subsuelo los recursos para ser una de las naciones más prósperas del planeta, pero siglos de violencia, colonialismo, esclavitud y explotación local y extranjera lo llevaron a ser uno de los centros de miseria y violación de derechos humanos más complejos del planeta. En esta nación hasta los más afortunados aparecen por debajo del Índice de Pobreza Extrema de las Naciones Unidas (ONU).

La ignominia contra el pueblo congolés se ha librado en uno de los territorios más bendecidos del planeta por sus inagotables fuentes de agua, climas benévolos, un suelo rico en fertilidad y abundantes yacimientos de oro, diamantes, cobre, petróleo, cobalto, uranio, coltán (...).

Devastación

Nada ha escapado a la degradación humana. Entre las extensas selvas, montañas y planicies del país corre el río Congo, segundo más largo del mundo; en la nación habitaban miles de elefantes, quedan unos cuantos; colonias de gorilas de montaña o lomo plateado, los más gigantescos del orbe, quedan unos cuantos; rinocerontes blancos, no queda ninguno, como no quedará ningún hombre con dignidad si sus recursos solo sirven para atizar la guerra, enriquecer a los jefes tribales, los sucesivos gobiernos de sátrapas y dictadores, guerrillas, paramilitares, naciones vecinas y los grandes centros de poder de Europa, América y Asia.

Así lo denuncian distintas agencias de la Organización de Naciones Unidas, Amnistía Internacional, Human Rights Watch (HRW), otras instituciones de defensa y promoción de los derechos humanos y cientos de reportajes y libros, de los que aún quedan muchos por escribir, porque como dice el académico y experto en temas africanos, Jerónimo Jaramillo, las condiciones y elementos que hacen que la guerra persista permanecen.

No tan lejos

La historia “lejana” del Congo no está tan alejada de la que se vive en la “Colombia profunda” e incluso “legal”, donde la extracción de los recursos naturales y la explotación de algunas plantas interesan mientras perdure el mercado de la ilegalidad, que las hace realmente atractivas y comerciales. Torta en la que confluyen la corrupción y el abandono estatal. Detrás de estos hermanos gemelos aparecen guerrillas, paramilitares, narcos, delincuencia organizada, prostitución, trata de personas y todo el pelambre de muertes, violaciones de derechos humanos y la ruina nacional.

Grandes empresas y gobiernos que han llegado a El Congo a explotar sus recursos, incluso con fines loables, como invertir para generar riqueza, han pagado grandes precios a manos de la vorágine de los “señores” de la guerra. Hoy, además del oro, el coltán congolés también entra a la categoría del “oro de sangre”. Este, por la ilegalidad en que es extraído y luego contrabandeado a naciones vecinas, oxigena las desgracias internas del país, como lo denuncian Amnistía Internacional y HRW.

AngloGold Ashanti

Un registro de lo que allí sucede es el informe de HRW, “La maldición del Oro” (junio de 2005), en el cual se denunció que los únicos que se benefician de esa explotación irregular del material son los actores ilegales e incluso estados como Ruanda y Uganda, que prestan sus territorios para legalizar el oro congolés y venderlo a los mercados internacionales como si hubiese sido extraído en sus territorios.

En ese contexto, el organismo internacional denunció que empresas internacionales de primer orden como la minera sudafricana AngloGold Ashanti, tercera mayor productora de oro en el mundo, pagó a las milicias del Frente Nacionalista e Integracionista (FNI) para beneficiarse de la protección del grupo y poder explotar su mina de oro Mongbwalu, una amplia concesión aurífera, obtenida legalmente con el Estado de El Congo, en el sudeste del país, en 1996.

Debido a la guerra, la minera tuvo que aplazar las actividades in situ hasta la firma del Acuerdo de Paz, que si bien frenó la gran confrontación dejó campeando en amplias zonas congolesas a las bandas paramilitares y guerrilleras, estas últimas con apoyo de naciones extranjeras.

El informe, de 150 páginas, da cuenta de la marejada violenta de la región en la que está el yacimiento de la compañía. Es una suma de denuncias y atrocidades inconcebibles. Entre otras muchas, narra el sufrimiento a que fueron sometidas, al menos, 100 personas, a las que obligaron a cavar sus tumbas para luego ser asesinadas con un mazo.

“Se constató que “AngloGold Ashanti financia a los señores de la guerra para “continuar explotando su mina de oro”, dijo la investigadora Anneke van Woudenberg, quien presentó la denuncia en Johanesburgo, Sudáfrica, en 2006.

En respuesta (vía correo) a HRW, AngloGold Ashanti, explicó la situación que enfrentó. Afirmó que “no existe relación alguna de trabajo u otro orden con el FNI (...), pero que la compañía había efectuado pagos al grupo, entre los cuales uno de enero de 2005, contra su voluntad”. Precisó que eran inevitables los “contactos” con la dirección del FNI.

Floribert Njatu, presidente del FNI, dijo a HRW: “El gobierno no vendrá nunca a Mongbwalu. Soy yo quien dio el permiso a Ashanti (AngloGold) para venir a Mongbwalu. Soy el amo de Mongbwalu. Si quiero echarlos los echaré”.

“El Congo tiene necesidad imperiosa de inversiones para reconstruir el país, pero tales compromisos no tendrían que apoyar a grupos armados responsables de crímenes contra la humanidad”, concluyó HRW.

Tras la denuncia internacional, la empresa Suiza Metalor Technologies, que se abastecía del oro proveniente de Uganda o “lavado en Uganda” luego de ser extraído ilegalmente de El Congo, decidió buscar otra fuente para continuar su trabajo.

En Colombia

Frente a esta situación, EL COLOMBIANO contactó a los representantes de AngloGold Ashanti en Bogotá, debido a que la compañía tiene intereses en el país, entre otros, la explotación de la mina Quebradona, en Jericó, Suroeste de Antioquia, hecho que divide a la comunidad y la región.

Allí AngloGold tiene títulos mineros y permisos de exploración que le permitieron confirmar que de la mina Quebradona, ubicada en una montaña entre la vereda Cauca y el corregimiento de Palocabildo, se pueden extraer 4,91 millones de toneladas de concentrado de cobre, 6,13 millones de onzas de oro, 85,1 millones de onzas de plata y 70,08 kilotones de molibdeno.

En su respuesta escrita, a EL COLOMBIANO, la empresa manifestó que, “hace cerca de 15 años, AngloGold tenía presencia en la región de Mongbwalu en el Congo, realizando labores de exploración, a través de su filial AngloGold Ashanti Kilo (AGK). En el 2005 se dio a conocer un incidente en el que empleados de AGK fueron obligados a hacer un pago al FNI, grupo paramilitar que en ese momento tenía presencia armada en un área donde la compañía realizaba actividades de exploración. Ese personal inicialmente se negó a entregar los fondos, pero finalmente lo hizo bajo coacción y por temor a sus vidas”.

“AngloGold Ashanti públicamente explicó lo sucedido: se realizó un pago de 9.000 dólares al FNI bajo coacción cuando rebeldes llegaron al campamento minero en Mongbwalu con fusiles AK47 amenazando al personal y ordenando que, si no realizaban un pago en cuestión de horas, ellos (el FNI) ‘cerrarían el campamento’. En este caso, se realizó un pago para proteger las vidas de los que estaban en el campamento”.

“La situación fue detallada en su momento en un informe de la ONG Human Rights Watch (HRW), realizado con la información proporcionada por AngloGold Ashanti. Cuando HRW planteó las denuncias, AngloGold Ashanti, en línea con su compromiso con la transparencia y la divulgación, llevó a cabo una investigación adicional y proporcionó a HRW información detallada de los eventos en cuestión”.

“Tras la publicación del informe, AngloGold Ashanti inició compromisos continuos con HRW que incluyeron discusiones sobre los sistemas y procesos que la compañía y su subsidiaria deberían implementar para evitar cualquier repetición”.

Infamia no cesa

La vorágine en El Congo es asunto sin fin. Los esfuerzos de la ONU y distintas organizaciones humanitarias internacionales parecen apenas un paño de agua tibia frente a un Estado frágil, carcomido por la corrupción y sin dominio de amplias zonas de su territorio donde campean todas las formas de delincuencia.

Hoy a la guerra se suma la explotación del coltán, elemento indispensable para la fabricación de computadores, celulares y aparatos de las “nuevas tecnologías.

Este mineral escaso en el mundo, es abundante en El Congo, que cuenta con el 80 % de los depósitos mundiales. La historia es la misma. Seres humanos, casi que en condiciones de esclavitud y bajo presión de paramilitares y guerrilleros, lo extraen, luego es sacado ilegalmente del país para ser legalizado y comercializado en Uganda, que no tiene minas. En 2017, Amnistía Internacional, en una investigación al respecto, dejó claro que el 80 % de las grandes empresas tecnológicas de Japón, China, EE. UU., y Europa, no tenían claro de dónde procedía el coltán que adquirían.

Así la historia de los “minerales de sangre” será infinita si las grandes compañías de la innovación y tecnología, en buena parte responsables del desarrollo sostenible global, no asumen su compromiso con la historia y la transparencia en los negocios para poner fin al pasado y presente apocalípticos de esta nación africana .

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