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La historia de una proeza: El Colegio de Ciegos y Sordos de Medellín cumplió 100 años

Centenaria entidad educa a niños y jóvenes con esta discapacidad de toda la ciudad. Nació gracias a la voluntad de un educador de Fredonia.

  • Alumnos de la Institución Educativa Francisco Luis Hernández, conocida como el Colegio de Ciegos y Sordos de Medellín, junto a uno de sus egresados más prominentes. FOTO: Esneyder Gutiérrez
    Alumnos de la Institución Educativa Francisco Luis Hernández, conocida como el Colegio de Ciegos y Sordos de Medellín, junto a uno de sus egresados más prominentes. FOTO: Esneyder Gutiérrez
  • Así enseñaban antes clases en la Institución Educativa Francisco Luis Hernández cuando era regentada por religiosas. FOTO: Cortesía.
    Así enseñaban antes clases en la Institución Educativa Francisco Luis Hernández cuando era regentada por religiosas. FOTO: Cortesía.
  • Fachada actual de la Institución Educativa Francisco Luis Hernández, más conocida como el Colegio de Ciegos y Sordos de Medellín. FOTO Esneyder Gutiérrez.
    Fachada actual de la Institución Educativa Francisco Luis Hernández, más conocida como el Colegio de Ciegos y Sordos de Medellín. FOTO Esneyder Gutiérrez.
  • John muestra una de las fotos de cuando estuvo internado (es el pequeño de la izquierda) junto a un compañero y una de las maestras. FOTO: Esneyder Gutiérrrez.
    John muestra una de las fotos de cuando estuvo internado (es el pequeño de la izquierda) junto a un compañero y una de las maestras. FOTO: Esneyder Gutiérrrez.
  • Algunos de los ejercicios de oralidad con los que se intentaba “curar” a los niños del colegio. FOTO: Cortesía.
    Algunos de los ejercicios de oralidad con los que se intentaba “curar” a los niños del colegio. FOTO: Cortesía.
  • Algunos de los alumnos durante una de las jornadas de clase. FOTO: Esneyder Gutiérrez.
    Algunos de los alumnos durante una de las jornadas de clase. FOTO: Esneyder Gutiérrez.
30 de abril de 2025
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Desde uno de los salones de un colegio de Aranjuez, una maestra –con esa cualidad de alzar la voz sin gritar– le dice a sus alumnos: “Se separan y vamos a aprender a escuchar. Porque si yo no escucho, no voy a aprender”. La frase podría sonar a una de cajón propia de un colegio, sin embargo, cobra relevancia al saber que fue dicha en uno de los salones de la Institución Educativa Francisco Luis Hernández, más conocida como el Colegio de Ciegos y Sordos de Medellín, entidad que este 2025 ajustó 100 años de vida.

Para un transeúnte desprevenido, salvo su imponente infraestructura, el colegio parece uno más. Al medio día, el bullicio de los muchachitos y sus transportes ensordece, mientras que poco antes las profes salen con los niños de preescolar, todos muy juiciosos en filita, esquivando pollitos y conejos.

Pero de a poco van aflorando detalles que dan cuenta de lo diferente del sitio. Aunque se escuchan y se hablen, los profesores conversan con muchas gesticulaciones y señas. En los corrillos los alumnos “hablan” por medio de sus manos como cualquier joven. Mientras en un salón unos maestros dan clases regulares, en otro un grupo aprende braile.

Hasta aseadores y vigilantes saben lo suficiente del lenguaje de señas para inquirir a algún alumno fuera del aula si está “capando” clase.

Entrar al Francisco Luis es todo un universo del que uno quiere hacer parte para poder entender lo que dibujan las manos –a falta de voz o luz en sus ojos– de quienes lo habitan.

“Brevísima” Historia de 100 años

La historia del colegio data del 11 de noviembre de 1892, cuando nació en Fredonia Francisco Luis Hernández, el “patrono” de esta institución.

Tras sus primeros años en el Suroeste, viajó a Medellín para seguir estudios secundarios en la Normal de Institutores de la que egresó como maestro. A principios de la década de 1920, tras hallar un anuncio que hacía referencia al Instituto Nacional de Sordomudos de París, Hernández investigó sobre la educación para esta población.

La reseña del colegio no lo dice pero es de suponer que el asunto lo obsesionó tanto que en 1923 presentó en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia el proyecto “El maestro del ciego y del sordomudo”, toda una novedad en la época. Para marzo de 1925 Hernández obtuvo una ordenanza que le permitió fundar una escuela para niños con dificultades auditivas, del habla y de la visión.

Así enseñaban antes clases en la Institución Educativa Francisco Luis Hernández cuando era regentada por religiosas. FOTO: Cortesía.
Así enseñaban antes clases en la Institución Educativa Francisco Luis Hernández cuando era regentada por religiosas. FOTO: Cortesía.

Para iniciar labores, don Francisco contó con el apoyo de la Normal Superior de Varones, que lo dejaron usar sus instalaciones. Ese primer año se matricularon seis niños sordos y otros seis ciegos.

En 1926 la Escuela de Sordos y Mudos recibió prestada del Municipio de Medellín una casona como sede. Ya para 1930 el número de estudiantes había ascendido a 70. En 1927, la Constructora Aranjuez donó los terrenos para la sede propia, que fue inaugurada en 1935 y que se mantiene hasta hoy, aunque el deterioro es evidente y sus reformas urgentes por parte de la Alcaldía.

Fachada actual de la Institución Educativa Francisco Luis Hernández, más conocida como el Colegio de Ciegos y Sordos de Medellín. FOTO Esneyder Gutiérrez.
Fachada actual de la Institución Educativa Francisco Luis Hernández, más conocida como el Colegio de Ciegos y Sordos de Medellín. FOTO Esneyder Gutiérrez.

John, el testigo del tiempo

Pero quien no solo conoce la historia del colegio sino que además es uno de sus protagonistas es John Mario Mejía Gómez, una persona sorda licenciada en Pedagogía Infantil que prácticamente tiene ligados sus 55 años de vida con el colegio.

Él fue uno de los niños que estuvo internado en el colegio cuando era manejado por las Hermanas de la Sabiduría y los curas de la Orden de San Gabriel, épocas en la que se pensaba que la sordera y la ceguera eran enfermedades que se podían curar a punta de ejercicios que hoy podrían parecer crueles.

“Tenía cinco años cuando mi mamá me llevó a la Fundación Pro-Débiles Auditivos para educarme. Yo allá lloraba mucho y ella vio que yo no era feliz, entonces comenzó a buscar otra vez hasta que encontró este colegio. Al ingresar yo me sentí muy bien porque era un colegio grande. Me matricularon en 1974 pero la cuestión es que no me dijeron que me tenía que quedar internado. En ese tiempo tenía mucho miedo en las noches porque éramos todos los niños en una hilera de camas y yo me sentía solo”, detalló John por medio de su intérprete de señas.

John muestra una de las fotos de cuando estuvo internado (es el pequeño de la izquierda) junto a un compañero y una de las maestras. FOTO: Esneyder Gutiérrrez.
John muestra una de las fotos de cuando estuvo internado (es el pequeño de la izquierda) junto a un compañero y una de las maestras. FOTO: Esneyder Gutiérrrez.

Según John, las jornadas arrancaban a las 6:00 a.m. El resto del día se les iba con los exigentes ejercicios de oralización que las monjas les ponían a ver si así recuperaban el habla. “Nos ponían en un espejo a practicar la lectura de labios o nos ponían a pronunciar la P al frente de una vela. La idea es que la apagáramos si pronunciábamos bien la letra. También nos ponían a hacer gárgaras con agua”, recordó.

En ese entonces, el lenguaje de señas no lo usaban los pequeños, al menos delante de sus exigentes profesoras, pues las palabras son lo más parecido al agua: siempre buscan como fluir. “Cuando los profesores se iban a almorzar, empezábamos a hablar en nuestras propias señas”.

A los 15 años John terminó la primaria pero sabía que podía aprender más. Así que se dedicó a aprender mecánica en los talleres que tenía el colegio. A los 18 inició su vida laboral y posteriormente migró a Venezuela por dos años. Luego retornó con ganas de estudiar en una universidad, así que validó en el colegio Concejo de Medellín del que se graduó en 2004. En 2010 entró a estudiar en la Universidad del Tolima su licenciatura de la que se graduó en 2019 porque le tocaba trabajar y estudiar.

Algunos de los ejercicios de oralidad con los que se intentaba “curar” a los niños del colegio. FOTO: Cortesía.
Algunos de los ejercicios de oralidad con los que se intentaba “curar” a los niños del colegio. FOTO: Cortesía.

Ya en 2019, con el título en la mano, volvió al Colegio de Ciegos y Sordos donde inició trabajando como modelo lingüístico, una figura que refuerza la formación de los estudiantes. En 2021 ascendió a docente de apoyo y hoy es docente bilingüe de lengua de señas y español.

“Oralizar es un aprendizaje del lenguaje frustrante, muy diferente a lo que es el lenguaje de señas. Nosotros aprendemos desde lo visual cualquier tema para poder desenvolvernos en la vida. Desde matemáticas hasta historia. Vea, con él puedo comunicarme por medio de la intérprete con usted”, dijo.

El reto de enseñar

Actualmente el colegio tiene 943 estudiantes que vienen de todo Medellín atraídos por las opciones educativas especializadas que ofrece la institución. Su idea es que los sordos “hablen” el castellano (ellos lo hacen en lenguaje de señas) y los chicos oyentes la lengua de señas. Aunque allí también se educan estudiantes con discapacidad cognitiva, otro reto que merece un artículo aparte.

“Aunque, por ejemplo, los ciegos pueden estudiar en cualquier colegio de Medellín, porque allí puede enviarse un tiflólogo (especialista en educación y rehabilitación de personas con discapacidad visual), la cuestión es que este iría una vez a la semana. Pero como acá siempre ha habido muchos ciegos, hay tres que están todos los días. Entonces eso mejora la calidad educativa y por eso la gente prefiere traer a sus hijos ciegos acá”, explicó el rector Gabriel Castillo.

Algunos de los alumnos durante una de las jornadas de clase. FOTO: Esneyder Gutiérrez.
Algunos de los alumnos durante una de las jornadas de clase. FOTO: Esneyder Gutiérrez.

El directivo apuntó que desde su llegada al colegio en enero de 2024 ha buscado que todos los implicados en él aprendan, por lo menos, a defenderse en lenguaje de señas. Esto incluye a maestros, padres de familia y al personal de otras áreas.

“Hay varios apasionados, otros lo ven como algo forzoso. Pero al menos ya hay actos comunicativos. Es bonito ver que las personas sordas, ciegas o con discapacidad cognitiva sientan que este es un espacio en el que pueden estar tranquilos”, añadió.

Pero el reto de aprender no solo recae en los estudiantes. Por ejemplo, muchos profesores llegan sin saber lenguaje de señas o braille y les toca aprenderlo sobre la marcha para hacer efectivas sus enseñanzas.

“Hay conceptos de nuestra lengua, el español, que en el lenguaje de señas puede ser desconocido por los alumnos. Por ejemplo, la palabra ‘entorno’, puede que un niño de sexto grado no la conozca en señas. ¿O cómo le pongo a hacer un dibujo a niños ciegos?”, añadió el profe de religión Diego Ramírez.

Similar opinó la docente de Filosofía Lorena Marín, quien detalló que en su área lo más complejo son los conceptos abstractos. “La lengua de señas es muy concreta, entonces con ellos toca bajar el discurso y llevarlo a lo concreto y de ahí a lo abstracto. Por ejemplo la palabra ser, eso en señas no tiene sentido, pero al bajar el término a lo concreto podemos construir de ahí hacia arriba”, explicó.

El docente Renzon Flórez comentó que “tal vez uno de los retos no está en ellos sino en uno mismo porque hay que cambiar el chip como sociedad. La inclusión no es traer a un aula a los sordos o a los ciegos y que se defiendan como pueda. No, lo que hay que hacer es brindarles las garantías para que puedan tener una educación con inclusión”, dijo.

Por su parte para la maestra Gloria López –quien desde hace 27 años es docente de apoyo para estudiantes con discapacidad visual– la falta de sentidos de los estudiantes se compensa con el aprendizaje de las áreas tifliológicas. “Esto no es un proceso rápido. Por eso acá la enseñanza es casi personalizada y constante con apoyo incluso para los padres y acudientes”

Eso sí, los docentes aseguran que no hay nada más satisfactorio que compense tantos esfuerzos como ver a sus alumnos ir superando los retos de la educación cada día e incluso llegar a ser miembros productivos de la sociedad.

El rector Palacio señaló que a la sociedad hay que pedirle que se cambie la forma como se percibe a estas personas. “Hay un gran error que se comete es ver a estos jóvenes con una mirada asistencialista, o desde el pesar o la lastima. Pero nada más alejado de la realidad. Ellos no son inferiores, son diferentes; serían hasta superiores si los formáramos como ellos lo necesitan”, dijo.

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