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Los cóndores no se enamoran todos los días (y si lo hacen hay que celebrar)

En Cartagena nació un polluelo, en Medellín no hubo enamoramiento. Esta especie en peligro crítico de extinción busca la conservación.

  • El ejemplar de la imagen está ubicado en el Parque de la Conservación de Medellín y tiene cerca de 12 años. Sus alas y pico blancos, que son café en los primeros años, indican su madurez. FOTO Jaime Pérez
    El ejemplar de la imagen está ubicado en el Parque de la Conservación de Medellín y tiene cerca de 12 años. Sus alas y pico blancos, que son café en los primeros años, indican su madurez. FOTO Jaime Pérez
  • Este ejemplar quedó solo tras la muerte de su pareja. FOTO Jaime Pérez
    Este ejemplar quedó solo tras la muerte de su pareja. FOTO Jaime Pérez
21 de abril de 2021
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Conocerse, enamorarse, decidir tener hijos, cuidarlos y criarlos es un proceso que toma tiempo, aunque para unos más que otros. Las ratas, por ejemplo, alcanzan su edad propicia para la reproducción a los 40 o 60 días desde su nacimiento y, en cada embarazo, que dura poco más de 22 días y que se puede repetir hasta ocho veces al año, nacen en promedio 11 raticas.

La historia es diferente para los cóndores de los Andes que pueden reproducirse al llegar a los 10 años y ponen entre un huevo o dos anualmente, cada dos años. Además son monógamos, conservan la misma pareja hasta que uno de los dos muera.

Cada nacimiento de cóndor es, entonces, un hecho que se celebra sobre todo en Colombia, donde, según el Libro Rojo de las Aves en Colombia, está en peligro crítico de extinción. Por eso, el Aviario Nacional de Colombia, ubicado en la isla de Barú, al sur de Cartagena, festejó el pasado 8 de abril, y después de 58 días de incubación, que una polluela nació con éxito.

Los padres del nuevo ejemplar, sumados a otras dos parejas, fueron traídos desde Chile en 2015 con el apoyo de la Asociación Colombiana de Parques Zoológicos, Acuarios y Afines, Acopazoa, del Ministerio del Medio Ambiente y del Centro de Cría de Chile, y hacen parte del Programa Nacional de Conservación del Cóndor Andino. Un par fue el que se trasladó a Cartagena, otro está en Bogotá y otro en Medellín hasta inicios de abril, cuando la hembra falleció.

A pesar de que algunos expertos sostienen que en el país hay 130 ejemplares en libertad, la Fundación Neotrópica acaba de realizar el primer Censo Nacional del Cóndor Andino y, aunque los resultados aún deben ser filtrados, la información preliminar indica que fueron avistados solo 63.

De acuerdo con Darwin Ruiz, zootecnista y nutricionista del Parque de la Conservación de Medellín, antes conocido como Zoológico Santa Fe, la población de esta especie ha disminuido pero “el nuevo nacimiento es un respiro, teniendo en cuenta que hay una grandísima necesidad de que se reproduzcan y de reintroducirlos”.

Carlos Cortés, zootecnista del Aviario Nacional, también agrega que “cualquier evento reproductivo es una nueva oportunidad, siendo esta una especie amenazada cuyas poblaciones en el mundo disminuyen en la vida silvestre”.

El nacimiento está acompañado de esperanza, pero se conserva inquietud pues, como explicó la subdirectora del Parque, Ana María Castaño, es un proceso difícil que, dependiendo de la crianza y de otras condiciones, podría o no ser exitoso en la integración de esta polluela a la vida silvestre, que es lo que se espera. “Celebramos que uno de nuestros aliados haya logrado la reproducción y nuestro deseo es que ese proceso se cumpla completo. Si no es así, no será una falla sino un aprendizaje”.

Este ejemplar quedó solo tras la muerte de su pareja. FOTO Jaime Pérez
Este ejemplar quedó solo tras la muerte de su pareja. FOTO Jaime Pérez

No hubo amor en Medellín

Además de ser fieles a su pareja, al menos mientras ambas vivan, los cóndores parecieran enamorarse hasta el punto en que si no hay amor, ni siquiera la reproducción asistida garantizaría nuevos pichones.

Esto, por romántico que pueda sonar, es una dificultad que se suma a la conservación de la especie y así ocurrió en Medellín, en el Parque de la Conservación. La pareja convivió por seis años, mientras llegaban a la madurez sexual, pero justo entonces, la hembra falleció.

Ocurrió hace algunas semanas, el primero de abril, a causa de unos balines de plomo que aún tenía alojados en su cuerpo y que la intoxicaban poco a poco. “Murió por consecuencias de lo que, en un principio, la llevó al cautiverio. Varias veces se hizo un esfuerzo grande para bajar los niveles de intoxicación con técnicas veterinarias pero no podíamos retirar los objetos porque estaban alojados en zonas riesgosas”, dice Castaño.

En ese tiempo, no lograron enamorarse y aunque la empatía y otros factores pudieron tener influencia, se cree que fue, principalmente, una cuestión de la vista: “ojos que no ven, corazón que no siente”. La hembra, debido al envenenamiento por plomo, tenía muy afectada la visión, hasta el punto que se cree que, por no poder ver al macho, no se pudo entender, o enamorar, ni previamente ni durante la copulación.

Desde antes de este suceso, el Parque ya estaba en búsqueda de otra hembra: “Hemos hecho contactos en Chile y Estados Unidos, pero no sabemos cuánto podría tardar. Esperamos tener una nueva que logre la reproducción con el macho que tenemos”.

De abundancia a extinción

Con sus tres metros de tamaño, es reconocida en el mundo como el ave voladora más grande y, en Colombia, es insignia y está presente en el escudo nacional. Aún así, a pesar de que a nivel continental está en estado vulnerable, en el país está en crítico (más cerca de la extinción), explica Ruíz.

Entre los varios esfuerzos, en 1989 nació el Programa Nacional de Conservación de esta especie, posteriormente, desde Estados Unidos se importaron 71 ejemplares para liberarlos, aunque en 2010 se supo que solo 39 sobrevivieron, continúa Ruíz.

En 2015 se importaron las tres parejas de Cartagena, Bogotá y Medellín desde Chile. Todas fueron rescatadas y rehabilitadas y traídas a Colombia para apoyar en la reproducción de nuevos individuos.

Sin embargo, de estos pares, solo en el de Barú se han logrado dos nacimientos. El primero, de un macho, no sobrevivió y, “con esta hembra, el personal del Aviario nacional la ha podido monitorear más seguido y está súper bien”, dice Ruiz.

Agrega que además, previamente al caso de Cartagena, solo en Cali (1990) se habían logrado reproducción de pichones en cautiverio, cinco en total. “Se presume que una de esas parejas de Cali, que se reintrodujo en el Parque de los Nevados, tuvo nacimiento, lo que la convierte en el primer registro de reintroducción exitosa del país en cuanto a esta especie”.

Muchos factores

La conservación y reproducción de estos individuos es especialmente retadora no solo por la dificultad y el tiempo que toma cada nacimiento, sino también por las afectaciones en el hábitat.

Eran una especie abundante, pero, explica Ruiz, con la caza, la deforestación y la disminución de los grandes mamíferos, como dantas y venados, que redujeron la disponibilidad de alimentos, los números comenzaron a bajar. Además, los humanos los han envenenado creyendo erróneamente que son cazadores y que atacan a presas vivas, y no carroñeros, que comen del cadáver, que es, además, su función biológica o su servicio al ecosistema, al limpiar los hábitats.

Esto es importante porque no basta solo con reproducirlos, sino que se debe garantizar que, en la liberación, los animales tendrán las condiciones necesarias para sobrevivir y poder reproducirse, como espacios adecuados y seguros y suficiente alimento.

Sumado a esto, se tiene en cuenta que sus periodos reproductivos toman muchos años: “La pichoncita que acaba de nacer solo podrá poner su primer huevo en unos 10 años”.

Por eso, cada nacimiento, aunque puede no ser exitoso, es una luz de esperanza en la conservación de este ave que no solo tiene significado patrio sino que, además, cumple una función específica e importante dentro del ecosistema: mantenerlo limpio.

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