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El nerviosismo global aumenta a medida que se acerca el 1° de junio. Y no se trata de una profecía bíblica sino de una potencial crisis financiera, tan dolorosa, que nadie quiere vivirla.
EE. UU. es la primera economía del mundo y casi siempre es el epicentro de las películas apocalípticas. En este caso no hay ficción, hay un problema que podría traspasar fronteras tan rápido como cualquier pandemia.
Actualmente, el gobierno estadounidense no puede tomar más crédito porque ya llegó a un tope legal de US$31,4 billones y necesita permiso del Congreso para tomar deuda nueva y atender sus obligaciones (salarios públicos y deuda soberana).
Moody’s, una de las más reconocidas calificadoras de riesgo, ya pintó unos escenarios que le esperan a ese país si no se le permite acceder a nuevo crédito y hacerle frente a sus acreedores.
Más desempleo y recesión
Un equipo de investigadores de Moody´s proyectó que si el gobierno no paga la deuda que tiene con sus prestamistas, inmediatamente, la economía se contraería 1%. Es decir, sería un recorte en la generación de riqueza para el segundo trimestre que mermaría el consumo y la necesidad de generar nuevos puestos de trabajo.
En ese contexto, los especialistas estiman que la tasa desempleo se dispara y pasa de 3,4% al 5%, lo que se traduce en 1,5 millones de trabajadores cesantes. Sin embargo, este vaticinio pinta un escenario en el que hay incumplimiento pero luego el Congreso permite aumentar la capacidad de endeudamiento en un lapso corto.
Si no hay una respuesta rápida, el equipo investigador apunta a que el mercado de valores caería 20% y eso derivaría en el desempleo adicional para 8 millones de personas.
Lo preocupante del caso es que, ante una economía estresada y un mercado laboral resentido, el gobierno no podría lanzar un salvavidas, como casi siempre lo lanza, porque simplemente no tendría caja para reanimar la actividad productiva con inversión en obras públicas.
En palabras resumidas, con un gobierno financieramente ahorcado, la recesión sería más profunda y ahí vendrían las consecuencias para el resto de los países que, de una u otra manera, dependen de la economía estadounidense.
Para Gregorio Gandini, analista de mercados, “una recesión en EE. UU. afectaría a las demás economías en términos comerciales. Si merma el consumo, merman las compras a otros países”. Aquí hay que tener en cuenta que, por ejemplo, Colombia exportó US$12.361 millones en el primer trimestre de 2023 y el 26% se fue a EE. UU., siendo el primer socio comercial.
Una posibilidad muy remota
José Ignacio López, director de Investigaciones Económicas de Corficolombiana, había explicado que se han vuelto recurrentes los ruidos en EE. UU. sobre el techo de la deuda y el potencial incumplimiento de las obligaciones y afirmó que es difícil prever las consecuencias del peor escenario (...) pero ese ruido financiero, paradójicamente, podría generar una apreciación del dólar y una devaluación de las monedas emergentes, que en últimas son las que terminan pagando los platos rotos. Eso sería adverso para el peso colombiano y para nuestros activos”. Aunque coincidió en que es una posibilidad remota.
Para Alexánder Ríos, analistas de Inverxia, si bien la probabilidad de esta hecatombe es remota, de hacerse real, vendrían varios efectos. Entre ellos, más presión para el precio del dólar en el país, algo que no ayuda a la inflación. Y así mismo, vendrían mayores tasas de interés para créditos a mediano y largo plazo, que tendrían incidencia en el mercado de vivienda nueva.
Por ahora, el presidente de EE. UU., Joe Biden, ha tenido reuniones con la oposición republicana para llegar a un acuerdo y así estirar la banda del endeudamiento. Todavía no hay consenso porque le están pidiendo un recorte en el gasto público y eso afectaría su programa de gobierno.
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