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Las afamadas obleas que se venden a punta de Relincho

La marca es paisa y empezó en 1989. Los fundadores eran como gitanos que iban de feria en feria. Hoy día tienen puntos de venta en Envigado, Rionegro y Guatapé.

  • Obleas Relincho ya lleva 33 años en el mercado y es una de esas marcas infaltables en los alumbrados y vías del Oriente. FOTO camilo suárez
    Obleas Relincho ya lleva 33 años en el mercado y es una de esas marcas infaltables en los alumbrados y vías del Oriente. FOTO camilo suárez
27 de agosto de 2023
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Hay marcas que nacen en la calle, sin estudios de mercado ni planes concretos para ganarse a los consumidores. Y Relincho fue un emprendimiento que salió adelante gracias al instinto y a la fuerza del corazón.

Las obleas que venden se han convertido en uno de esos pasabocas insignes para los paisas que van a ver alumbrados en el río y para los que se mueven en las carreteras del Oriente antioqueño.

Escuchar a los hermanos Giraldo imitar el sonido de los caballos es una de esas experiencias que le roba una risa y un gesto de sorpresa a muchos niños. Además, esa onomatopeya funciona mejor que cualquier pregón para que la gente arrime al puesto y pruebe el producto.

Los fundadores siguen despachando las obleas con sus sombreros aguadeños y el carriel típico de esta región, personifican a los arrieros de antaño y cuando están trabajando le añaden una particular cola de caballo al pantalón.

Al ver esa esencia tan ligada a los equinos, muchos dirán que mas bien parecen talabarteros, no vendedores de dulces; lo que pasa es que el negocio se originó en las ferias de caballistas.

Antes del comienzo

Federico Giraldo, el menor de la dinastía, accedió a contar la historia de la empresa, un relato en el que exalta el espíritu rebuscador de la familia.

En su casa fueron 15 hermanos y la mitad de ellos fueron concebidos en El Santuario. Su padre se desempeñó como agricultor y luego como barbero hasta que decidieron trasladarse a Medellín, más o menos a mediados de los años 60.

Ya en la capital antioqueña, el jefe de hogar se ganaba la vida como albañil y los hijos iban empezando a laborar. Una de ellas emigró a Venezuela y allá aprendió a preparar la galleta redonda y delgada que aquí se conoce como oblea.

Mario, uno de los más jóvenes de la familia, en ese entonces había quedado desempleado y también se fue para el vecino país. Allá, su hermana lo recibió y le enseñó como hacer las obleas.

En un abrir y cerrar de ojos, ya había conseguido un puesto en el parque de diversiones de Caracas, pero en febrero de 1989 hubo un estallido social motivado por el disgusto colectivo con la situación económica y política en Venezuela.

Esa revuelta popular fue conocida como el “Caracazo” y ante el deterioro de las condiciones, Mario regresó a Medellín y comenzó a trabajar con Oscar, otro hermano que vendía sombreros y artículos varios en las ferias equinas.

Esos sitios parecían ideales para vender las obleas y ese mismo año de 1989 inició el emprendimiento. Pero todavía les faltaba la quintaesencia de la marca: el relincho.

El sonido característico fue el aporte de Pacho —como le dicen a Francisco, el hermano mayor— quien había renunciado a su trabajo y se unió a los otros dos.

Pacho aprendió a imitar la “voz” de los caballos porque un arriero le enseñó. Y él aprovechó ese talento para llamar la atención de los clientes en las ferias. Por eso cuando la gente quería comprarles les gritaban: “Ey, relincho”.

Era un nombre, corto, sonoro y fácil de recordar. Ahí decidieron que ese sería el sello para comercializar su producto.

Todo por carretera

Los caballistas ya los conocían y los invitaban a más ferias y más ferias. Hasta que hicieron el primer viaje interdepartamental a Cundinamarca.

“Salieron y cuando llegaron al coliseo de la exposición, no les quisieron alquilar un espacio. La concepción del negocio ahí era muy ligera porque ellos iban con las obleas y el arequipe, pero no llevaban pasajes para devolverse”, contó Federico entre risas.

“En la terminal —añadió— les tocó vender el arequipe para ajustar el pasaje. Incluso el ayudante del bus fue el que les compró el arequipe y les dijo que los despachaban en el último bus, porque en ese les podían hacer un descuento. Ellos estaban esperando y les dice el ayudante: les tengo noticias, el bus no va a salir porque ustedes son los únicos pasajeros. Entonces, les tocó amanecer en la terminal y juraron no volver a salir”.

Una vez pasó el trago amargo, volvieron a viajar, pero ya con una reserva en la billetera por si se presentaba algún imprevisto y nunca dejaron de moverse por carretera.

Federico entró al negocio familiar en 1993 y cuando le preguntamos cuántos municipios de Colombia habían visitado, dijo que eran tantos que mas bien habló de los departamentos a los que han llegado. Ahí por encima mencionó a Valle del Cauca, Huila, Tolima, Cundinamarca, Meta, Barranquilla, Magdalena, Cesar, Bolívar y Sucre.

Que no muera la tradición

Federico sabe que hoy día en el mercado existen incontables sabores que pueden agregarse a las obleas, muchos de ellos importados, pero recalcó que la empresa se enfoca en resaltar los de la región y hay que decir que son inconfundibles sus salsas de frutos rojos, frutos amarillos y mora.

En gran parte, esa ha sido la clave del éxito y después de caminar muchas ferias han abierto puntos de venta en Envigado, Rionegro y Guatapé. Llegan clientes extranjeros, locales y colombianos migrantes que quieren reencontrarse con los dulces que extrañan estando lejos.

“Nosotros queremos mantener ese sabor que nos marcó en la infancia, Aquí nos llegan muchos testimonios de personas que uno atendía cuando eran niños y ellos ya vienen con sus hijos”, puntualizó.

La oblea más cara se vendió por $5 millones

No solo las ferias, los alumbrados y los eventos deportivos han sido los lugares para llevar sus obleas, también las han compartido en hogares de paso y centros de atención a la tercera edad. A los fundadores les gusta inventarse esos espacios para las poblaciones vulnerables. Federico relató que han hecho subastas de obleas y lo que se recauda sirve para apoyar causas sociales y humanitarias.

Cuando se ha puesto en esa tarea se ha encontrado con gente indiferente y con gente que sí gusta de darle una mano a los demás. Esa buena voluntad quedó demostrada cuando en una de las pujas se vendió una oblea en $5 millones, siendo la por la que más han pagado hasta ahora.

Parte de la Esencia de Relincho es esa, la colaboración y por eso son apreciados entre los clientes y conocidos. A donde llegan, la gente quiere saludarlos y los invitan a conocer a sus familias. Aunque varias veces les han pintado la idea de vender franquicias, nunca lo han aceptado porque saben que nadie cuida la marca como aquel que la levantó con dedicación y los planes apuntan a que siga siendo un negocio familiar.

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