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El teatro del absurdo

Hay en la política y en la justicia una degradación de valores. Se protocolizó aquello, a lo que tanto se temía, de judicializar la política y politizar la justicia.

hace 4 horas
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  • El teatro del absurdo

Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co

No es fácil que el país sensato asimile que mientras los cabecillas de las Farc gozan de libertad y de curules en el Congreso, después de haber practicado y propiciado crímenes de guerra y de lesa humanidad, celebren la condena del presidente que los combatió y los debilitó. ¿Será porque en Colombia rige la ley del embudo? ¿Lo ancho para quienes delinquen y lo estrecho para el resto de los colombianos? ¿Lo ancho para los corruptos que, como los que desfalcaron las arcas de la UNGRD andan sueltos por el mundo, y lo estrecho para casos como el de Uribe Vélez, sentenciado a no salir de su vivienda, dizque para evitar su fuga? En lenguaje de grandes penalistas, ¿será que le aplicaron el llamado “derecho penal del enemigo” para dejar a nuestra justicia inmersa en el teatro del absurdo?

Sacado Uribe del panorama político presencial, queda el país sumido en un cuadrilátero sin contraparte de peso y así el régimen podrá seguir provocando y creando litigios con sus excesos ideologizados. Las extremas izquierdas se anotan un punto valiosísimo al sacar del debate a un peso pesado que denunciaba las trampas impuestas por el autócrata.

Condenado Uribe en primera instancia en un juicio que tiene más de político que de jurídico, con una discutida sentencia en buena parte asentada en un burdo montaje de interceptaciones telefónicas ilegales y editadas, y un desbaratado reloj espía introducido en forma mañosa que marcó las horas de una campaña de descrédito, queda poco por esperar de la imparcialidad de la justicia en Colombia.

Al país, ausente del escenario, su mayor líder político, se le viene una áspera campaña presidencial regida por los extremos. Los espacios para las soluciones de centro parecen agotarse. El debate electoral se moverá entre polos encolerizados de derecha e izquierda y unas barras bravas que harán de pelotón de fusilamiento para descargar la fusilería contra lo que va quedando de democracia.

Hay en la política y en la justicia una degradación de valores. Se protocolizó aquello, a lo que tanto se temía, de judicializar la política y politizar la justicia. De encima, el ejercicio de un derecho sesgado y un populismo rampante han venido debilitando lo poco que quedaba de seriedad en el pensamiento como fuente de racionalidad, de respeto por las ideas ajenas. Con el actual presidente a la cabeza, están sus compadres y ahijados en plaza pública incitando y desafiando a una comunidad inerme. Están de moda los demagogos, que estafan a su pueblo con promesas excéntricas y reñidas con la razón.

Por ahora, se ha privado de la libertad al único expresidente con cauda electoral, con voz y mando sobre su partido, mirado con expectativa e interés por el país. La mayoría de las voces de los demás expresidentes son intrascendentes, enanas, marginales. Hasta sus más enconados detractores han visto en Uribe la voz que se escucha con aceptación o controversia. Nunca con indiferencia.

La nación espera que en el Tribunal Superior de Bogotá se empiece a hacer justicia para comenzar a ponerle punto final a este teatro de las extravagancias y las incongruencias.

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