Pico y Placa Medellín
viernes
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Cuando miro a Medellín, no veo solo una ciudad. Veo personas con mucha energía emprendedora y una estructura que aún está construcción. En la historia hemos pasado de tristezas a celebrar historias de éxito, pero el reto real está en construir liderazgo colectivo.
Hoy quiero ir un paso más allá. El futuro que nos soñamos ya empezó, pero está sostenido sobre una mesa coja.
La imagen es simple: imagínese en un restaurante, una mesa que nunca queda del todo estable. Le ponemos un taco, aguanta un rato, se mueve alguien, el piso vibra y vuelve a tambalear. Hay que buscar otro taco, acomodarlo mejor, insistir. Así es la construcción de un país y un ecosistema emprendedor: nunca está terminado, siempre exige ajustes, conversación y trabajo incómodo.
Los datos muestran que la energía emprendedora ya está aquí. Según el Global Entrepreneurship Monitor, en Colombia casi una de cada cuatro personas adultas está empezando o dirigiendo un nuevo negocio, una de las tasas más altas del mundo. Pero solo una de cada treinta llega a tener una empresa establecida.
Otro dato interesante: según el estudio GUESSS (Global University Entrepreneurial Spirit Students), el 28,8 % de los estudiantes universitarios colombianos planea emprender al graduarse, y esa proporción aumenta a 50,2 % cinco años después. Estas cifras duplican ampliamente los promedios globales, que se ubican en 14,9% y 28,8%, respectivamente.
No es un problema de ganas, es un problema de terreno. Es decir, hay muchas semillas, pero poca tierra para cultivarlas. Hoy, casi todas las empresas de Colombia son mipymes que sostienen la economía colombiana, sin embargo, muchas siguen luchando por créditos, por acceso a tecnología, por reglas de juego claras y por salir de la informalidad.
Ahí aparece la mesa coja.
Las diferentes patas de la mesa son las políticas públicas, la adopción de nuevas ideas y tecnologías, la cohesión con el sector empresarial, la evolución de la academia, el acceso a financiación, y por supuesto, están los emprendedores.
Aquí viene el punto incómodo: de nada sirve formar emprendedores si no tienen territorio fértil donde cultivar sus ideas, donde caminar sin hundirse. Podemos entrenar a miles de jóvenes en Mindset, pitch y modelos financieros, pero si al salir se encuentran con un ecosistema pantanoso, inestable y lleno de trámites, muchos proyectos se van a quedar en intento.
Los tacos de la mesa son esas decisiones silenciosas que ya están cambiando el juego: reformas que dan estabilidad, entidades adaptándose al entorno y generando oportunidades; bancos que ajustan su modelo de riesgo para entender startups, empresas que hacen alianzas con emprendimientos locales, universidades que convierten trabajos de grado en compañías reales.
El futuro no es una promesa lejana, es una construcción permanente sin fin, y cada vez que academia, empresa, Estado y sociedad se conectan de verdad, las cosas avanzan más rápido de lo que imaginábamos y la mesa se siente un poco más firme.
No estamos partiendo de cero. Estamos afinando una mesa que ya existe y que, a pesar de sus desequilibrios, sostiene cada día más sueños, más empresas y más talento. Que no dejemos de ponerle tacos a esa mesa es, quizá, la mejor garantía de que este futuro compartido no solo lo soñamos, sino que lo seguimos construyendo entre todos.
