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Fundamenta la convocatoria a esta nueva Asamblea Nacional, saltándose las talanqueras congresionales, en evidente desafío y violación a las normas de pesos y contrapesos institucionales.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Al embeleco de Petro de convocar una Constituyente de iniciativa popular, se opone Navarro Wolff, su viejo camarada del M-19. Adivina éste que esa impostura no constituye ningún elixir para curar todos los males de la vida nacional, ni para devolverle la esperanza al ciudadano. “Con la Carta vigente se pueden hacer los cambios”, dice Navarro.
César Gaviria le hace dúo. Esa Constituyente “no es para cambiar a Colombia sino para imponer su propio modelo de país y agitarla como bandera electoral”. Tal arenga es para patentar un modelo de izquierdismo populista. Un murmullo de voces repite con el filósofo: “La voluntad de los hombres débiles se traduce en discursos; la de los hombres fuertes en actos y decisiones”. Humberto de la Calle recoge el guante del reto petrista. Propone un frente común para defender la actual Constitución porque ella le cierra el camino infernal al autoritarismo.
Las plazas del país siguen siendo los escenarios petristas para promover su Constituyente. En ellas adorna su loca iniciativa con peroratas llenas de escarnios y vindictas. Ya mandó para el carajo el pacto de temperancia verbal acordado en el palacio arzobispal. En sus sermones de monje loco, alucina metido en la materia oscura de su propio universo. En España hizo el oso en una cena real, cuando intentó saludar de beso a la reina, rompiendo no solo el protocolo sino incurriendo en su protagonismo provocador. Es hasta gracioso en su espectáculo de comediante de equívocos.
Fundamenta la convocatoria a esta nueva Asamblea Nacional saltándose las talanqueras congresionales, en evidente desafío y violación a las normas de pesos y contrapesos institucionales. Encuentra el pretexto para incurrir en sus actos delirantes, alegando que contra su gestión hay un bloqueo patrocinado por el Congreso y que las clases oligárquicas colombianas le están preparando un golpe de Estado, seguramente menos ramplón que el de Álvaro Leyva.
¿Será que en sus irreflexiones, tan propias de los caudillos tropicales, olvida las amargas experiencias de Constituyentes de bolsillo que se hicieron, una a comienzos del siglo XX por Rafael Reyes y otra, 1953, organizada y convocada por Laureano Gómez, la que una vez instalada, no solo legalizó su destitución sino que a través del golpe de Estado propinado por el general Rojas, confirmó al militar como presidente de la República? El efecto boomerang es peligroso.
Con la nueva Constituyente, inspirada por el ministro de Justicia Montealegre –coleccionista “de citas jurídicas sofisticadas”– se rompe el juramento que había firmado Petro sobre el mármol, de no convocar a ninguna Asamblea Constituyente. Esa iniciativa, idea del actual Fouché, ministro del régimen, hace recordar al otro Fouché del año 53, Pabón Núñez, actor principal del ascenso del dictador Rojas. De armarse la Constituyente, ¿le servirá para hacerse reelegir y así nuevamente violar su otro juramento de rechazar la reelección presidencial?
Y mientras tanto ¿en qué está la oposición? ¿Le falta coraje y decisión para unirse y constituirse en alternativa real de poder? ¿Bostezando en su sala de confort, viendo indiferente cómo salen y salen candidatos presidenciales que parece un desfile del elenco de circo pobre?