Pico y Placa Medellín
viernes
3 y 4
3 y 4
Por María Bibiana Botero Carrera - @mariabbotero
Colombia enfrenta de nuevo un momento que divide su historia política en un antes y un después. El asesinato de un candidato presidencial y líder de la oposición no es solo un crimen atroz: es un golpe a la democracia, a la confianza ciudadana y a la esperanza de cambio. Un hecho así no se diluye con el paso de los días, nos devuelve a uno de los episodios más críticos de nuestra vida republicana.
Es doloroso recordar que no es la primera vez que atravesamos una noche como esta. Guardo en mi memoria aquel 1989, cuando siendo una niña me enteré de que habían matado a Luis Carlos Galán. Antes fueron Rodrigo Lara, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo. Después vinieron los atentados, las bombas, el miedo. Y, sin embargo, en medio del dolor, Colombia no se rindió. Supimos encontrar salidas, unirnos en torno a propósitos comunes, aislar a los violentos y preservar lo esencial: la democracia. Recordar esa experiencia no atenúa la magnitud del crimen horrendo de Miguel Uribe Turbay, pero sí nos ofrece la certeza de que en otros momentos críticos supimos sobreponernos y podemos volver a hacerlo.
Hoy necesitamos ese mismo coraje, pero actualizado a nuestros tiempos. La tentación de la polarización, de convertir este crimen en una trinchera más para atacarnos, es grande. En cambio, este momento exige algo más alto: grandeza. Grandeza para anteponer el país a cualquier cálculo político, para escuchar antes de atacar, para construir en vez de destruir. Grandeza para unirnos y obsesionarnos con que Colombia no siga partida en dos.
La hora difícil que vivimos nos obliga a ir más allá de las condenas de rutina. Significa exigir resultados rápidos y creíbles de la justicia; proteger, sin titubeos, a todos los líderes políticos y garantizar que la competencia electoral se dé en libertad y seguridad. Significa, sobre todo, entender que defender la vida y la democracia es tarea de todos, no solo de las autoridades. La indiferencia no puede volver a ser el terreno fértil donde crezca la violencia.
En el pasado aprendimos que la violencia se alimenta del silencio y la apatía. Hoy, la única respuesta aceptable es la acción colectiva. Que este crimen no sea una página más en la larga lista de horrores, sino el detonante para corregir el rumbo y reforzar los valores que nos unen.
Colombia ha resistido antes. Podemos hacerlo de nuevo. Pero para que esta vez sea distinto, debemos entender que la historia no se repite sola: la repetimos nosotros, si no cambiamos la forma en que respondemos. Y esta vez, respondamos con grandeza, para que este crimen no quede en vano.
Nota: La Asamblea de la ANDI, celebrada en medio de este contexto doloroso, dejó un balance que alimenta la esperanza. Tenemos empresarios comprometidos con este país, alcaldes y mandatarios locales dándolo todo por sus comunidades, y una ciudadanía despierta, vigilante, que se levanta cada día a trabajar y a construir. Esa es la reserva de optimismo que debemos cuidar, porque nos muestra que no partimos de cero: existe un capital cívico y empresarial dispuesto a sostener la democracia cuando más lo necesita.