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Un Estado a punto de hundirse. Lo fue rescatando, devolviendo la esperanza a sus gentes. No perdonan que su gobierno enfrentó la delincuencia en todas sus versiones.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Alguna vez recordábamos que el reconocido historiador y académico internacional Malcolm Deas sostenía que “Álvaro Uribe fue un hombre muy importante para este país”. Y agregaba: “los colombianos son muy olvidadizos, y tal vez ingratos”. No pocos presagiaban con el deseo, que lo que fue el liderazgo e influencia en la política colombiana de Uribe Vélez pronto sería una simple leyenda.
Uribe ha gozado tanto de amores como padecido de odios. El mismo odio manifestado en el ejercicio de la política que viene desde las épocas de la Independencia, la formación de la República con sus guerras civiles y la Violencia en las confrontaciones de conservadores y liberales a mediados del siglo XX. El rencor hace parte del ADN de la política nacional.
Álvaro Uribe ha afrontado un juicio penal en el que ha habido inocultable sabor a revanchismo, que comenzó a desmontar ayer el Tribunal Superior de Bogotá. En su fallo absolutorio dejó en los físicos cueros a Iván Cepeda y a su envenenada cuadrilla. Ya el proceso irá a casación en la Corte Suprema de Justicia, ente que ojalá obre en derecho, con imparcialidad, como lo hizo el Tribunal de Bogotá, y no en solidaridad de cuerpo dado los antiguos antecedentes de choques de Uribe con miembros del alto tribunal de cierre. Emprende desde hoy otra batalla jurídico/política para ratificar su inocencia ante sus agazapados enemigos, que insistirán en los cargos rechazados por el tribunal bogotano. Largo camino le espera. Seguramente sus detractores anticipadamente lo seguirán sentenciando.
La historia del liderazgo humano es rica en ejemplos de glorias y ocasos. Buena parte de ella se ha escrito en medio de pasiones, más que en testimonios veraces sobre los acontecimientos. Pero con el tiempo, cuando el paroxismo se ha calmado, la misma historia rehabilita a hombres que en su gestión de gobierno fueron injustamente maltratados y sus aciertos mañosamente ignorados. “Hay un instante en el crepúsculo en que las cosas brillan más”. Son aquellos en que se comienza a elaborar con racionalidad y justicia el protagonismo de los hombres/líderes, para contrarrestar las historias sesgadas y calenturientas, inspiradas más en el odio que en la razón.
Como sosteníamos en una vieja columna, sus detractores no reconocen que cuando Álvaro Uribe llegó al gobierno, Colombia era un país inviable. Un Estado a punto de hundirse. Lo fue rescatando, devolviendo la esperanza a sus gentes. No perdonan que su gobierno enfrentó la delincuencia en todas sus versiones. Las animadversiones de los que fueron controvertidos por Uribe afloraron con la complicidad de la juez cuyo fallo condenatorio fue vuelto añicos por la sentencia de ayer del Tribunal Superior de Bogotá.
Uribe reinicia su lucha contra envenenados picapleitos. Ya él lo había dicho: “El reposo y la resignación no hacen parte de mis opciones”. No renunciará a su compromiso de demostrar sus valores. Jueces de la Corte Suprema tienen la obligación ética de demostrar imparcialidad. Confiamos que al final de la jornada su historia –como la vio Malcom Deas– será más favorable de lo que quieren sus emponzoñados detractores.