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La deuda del hábitat en Medellín

Necesitamos recuperar la confianza y la empatía. Escuchar a las comunidades, construir con ellas, no sobre ellas.

hace 13 horas
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  • La deuda del hábitat en Medellín

Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev

Medellín carga una deuda silenciosa con miles de familias: la deuda del hábitat. Durante años avanzamos con fuerza en programas de mejoramiento integral de barrios, con proyectos como los metrocables, las escaleras eléctricas y los parques biblioteca que transformaron la vida en las laderas y demostraron que el urbanismo podía ser una herramienta de equidad. Pero después de ese impulso, la ciudad se estancó. En los gobiernos de Federico Gutiérrez y de Daniel Quintero la vivienda dejó de ser una prioridad: no hubo esfuerzos decididos por reducir el déficit habitacional, ni por promover procesos sostenidos de renovación urbana o mejoramiento integral. Hoy, Medellín crece, sí, pero sin un proyecto claro de hábitat que garantice dignidad y oportunidades para todos.

Más de la mitad de la vivienda en Medellín es informal. Miles de hogares no tienen títulos de propiedad, la conexión a servicios públicos se resuelve con parches, las calles son angostas, las pendientes imposibles y los riesgos geológicos una amenaza constante.

La respuesta institucional ha sido fragmentada. Unos pocos subsidios de vivienda que siguen siendo insuficientes frente a la magnitud del problema. Los programas de legalización avanzan a paso lento, atrapados entre burocracia y falta de voluntad política. Y la planeación urbana, se queda en documentos muy bien elaborados pero engavetados en un cajón.

A esto se suma una presión enorme del mercado inmobiliario, que ha convertido el suelo en un bien de lujo. Medellín se está volviendo una ciudad excluyente: donde se construye mucho, pero para pocos; donde cada vez más jóvenes ven la vivienda como un sueño inalcanzable. El resultado es una ciudad fracturada, donde la vivienda ya no es un derecho, sino un privilegio.

Pero no todo está perdido. Medellín tiene las condiciones, la experiencia y la gente para revertir esta tendencia. Lo primero es reconocer que el hábitat no se limita a construir casas: implica también garantizar acceso a servicios, espacio público, movilidad, seguridad, recreación, cultura y oportunidades. Es, en esencia, un proyecto de dignidad y de ciudad.

Necesitamos una política integral de hábitat digno que parta del territorio y ponga a las personas en el centro. Que combine legalización, mejoramiento barrial, vivienda nueva y renovación urbana, pero con justicia espacial. Que proteja a quienes han resistido décadas en los barrios autoconstruidos y les brinde garantías para permanecer. Que vincule al sector privado con reglas claras y con una responsabilidad social real.

Sobre todo, necesitamos recuperar la confianza y la empatía. Escuchar a las comunidades, construir con ellas, no sobre ellas. La Medellín del futuro no puede ser una suma de proyectos desconectados, sino un gran pacto por el hábitat, donde cada familia tenga derecho a un hogar seguro, a una cuadra amable, a un barrio vivo.

No hay transformación más poderosa que la que empieza en casa. Si Medellín asume el hábitat como su prioridad, si logramos unir técnica, voluntad política y participación, podremos volver a ser ejemplo para el mundo. No por nuestras obras, sino por nuestra capacidad de cuidar a nuestra gente.

Porque una Medellín con hábitat digno es una Medellín que vuelve a creer en sí misma.

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