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¿Suicidio electoral?

Los delirios de grandeza, de héroes de barro, destruyen los caminos transitables que conduzcan a un debate civilizado a través de la sensatez.

hace 6 horas
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  • ¿Suicidio electoral?

Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co

No está hoy Colombia propiamente en el mejor de los mundos. Tiene un pleito entre el presidente de los Estados Unidos y el presidente colombiano. Cuenta con un vecino, Venezuela, armado hasta los dientes, que tiene acomplejado y domesticado a la cabeza del Ejecutivo colombiano. Unas Fuerzas Militares estrujadas, desestimuladas y carentes de los medios necesarios para enfrentar los conflictos internos de toda índole. Atraviesa por una situación fiscal, social, de salud pública, caóticas. Y tiene un ministro del Interior que opera como cogobernante, funcionario que debe saber muchos secretos presidenciales para darse el lujo de decir lo que le viene en gana y volver hilachas la cofradía de quienes fueron los más fanatizados camaradas del presidente.

A los problemas nacionales se agregan los últimos y recientes fracasos del presidente colombiano. Ha sido su octubre negro. No solo son vergüenzas y humillaciones para Gustavo Petro, sino para la imagen del país. Sin visa norteamericana y metido con su círculo familiar y afectivo en la lista Clinton —la misma que comparte con su compadre Maduro—, está sumergido en el desconcierto. Lo han condenado a la muerte financiera y comercial.

Victimizándose por las zarandeadas de Trump, intenta capitalizarlas para mostrarse ante las naciones populistas y sus fanáticos de izquierda, como el mártir sacrificado por el gran imperio del norte, inmolación que poco ha despertado el patrioterismo nacional. Descontrolado, se desborda en sus propuestas y vuelve a insistir, como parte de su misión mesiánica, en una Constituyente para sanar las llagas nacionales, aventura inspirada por quien fuera por breve tiempo su ministro de Justicia, el deslenguado señor Montealegre, otro Fouché, ya burocráticamente decapitado, dada la carga de indagaciones abiertas en su contra por la Procuraduría General.

El país cada día está más radicalizado. Un gobierno populista con un mandatario altanero, que a diario casa peleas, desmembrando la unidad nacional y empeñado en conquistar masas a través del resentimiento clasista. Unos grupos extremistas oscureciendo toda posibilidad de llegar a un pacto nacional de racionalidad en la controversia. Los delirios de grandeza, de héroes de barro, destruyen los caminos transitables que conduzcan a un debate civilizado a través de la sensatez.

En medio del desorden nacional aparece la no despreciable cifra de 2.7 millones de votos en la consulta del Pacto Histórico. Ello debería abrirles los ojos a la clase política colombiana que dice defender la democracia, el orden institucional, las libertades de acción y de expresión. La obliga a hacer un riguroso examen de conciencia, con propósito de enmienda, para corregir los errores de su mala vida pasada y comenzar a organizarse para formar un frente común electoral. Su deber ineludible es reivindicarse en las urnas después del fracaso en la elección presidencial de hace tres años. No puede por ningún motivo seguir perdida en sus egoísmos, en sus vanidades, en sus divisiones, desaprovechando esta oportunidad que le ha dado un poder extranjero al mostrar lo dañinas que son las izquierdas populistas cuando llegan a gobernar. De permanecer en la indiferencia, su suicidio electoral sería inminente.

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