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La vida política de las sociedades, así como también nuestra vida cotidiana, se tiende a mover entre lo que podríamos denominar el deber ser y la realidad y eso nos lleva o bien a vivir en un mundo fantasioso o a ser irredimiblemente realista –a veces con un cierto dejo de pesimismo-.
Es inevitable que todos tengamos ilusiones y esperanzas, es propio de la naturaleza humana y a ello no debemos renunciar, así como es igualmente importante lo que conocemos como ‘el polo a tierra’ para tener un referente claro de realidad. Adicionalmente tenemos la tendencia, pese a que se critique permanentemente el colonialismo cultural, a tratar de ser buenos ‘imitadores’ de cómo por ejemplo, funcionan las democracias en otros países, o cómo se mueven los denominados ‘péndulos políticos’ –el más mencionado el de izquierda y derecha- y cómo se dan los cambios políticos en otras sociedades, el temor de la oleada derechista en Europa, en moda. Lograr ese equilibrio, entre lo deseable y lo posible, es el reto que siempre tenemos.
Desde entender la democracia como un ‘deber ser’ –incluidos los mecanismos propios de la misma, la oposición, los partidos políticos, los liderazgos políticos, etc.- y por consiguiente andar buscando ese deber ser, desdeñando lo que hemos tenido o tenemos como realidad. Las relaciones Gobierno y Oposiciones, tienen unos referentes de lo deseable, pero unas realidades que dependen mucho de factores como la cultura política, el estilo de liderazgo, los contextos socio políticos y económicos nacionales e internacionales y eso nos va construyendo las realidades en que nos movemos. No podemos creer que los sujetos políticos son los que nos imaginamos –y eso es válido igualmente en otros campos políticos, como la negociación para superar el conflicto armado, donde con frecuencia escuchas expresiones como, con estos guerrilleros no se puede negociar, si fueran otros... o con este gobierno no tiene sentido negociar, ojalá fuera otro-, sino los que efectivamente existen y están interactuando en nuestra realidad.
Igual sucede con la paz o mejor dicho, con la superación de las violencias. Nuestras violencias no se puede desligar de nuestra historia, de nuestra cultura y no es un tema de ‘modas’ –es que eso del conflicto armado ya no está de moda...- Poder avanzar en serio en la superación de la violencia, del conflicto armado es partir de reconocer las causas estructurales que la originaron –que no son solo la inexistencia de trabajo o de tierra- y valorar allí de manera clara cuál es el peso de responsabilidad de los distintos actores, para lograr ir encontrando fórmulas para ir construyendo aproximaciones de acuerdos, que luego se les buscará las salidas jurídicas y se buscará los mecanismos para ir cumpliendo, por lo menos parcialmente lo que se va construyendo, dejando de lado las imitaciones, de otros procesos de conversaciones –nacionales o internacionales- y estando dispuestos a reconocer equivocaciones, errores y buscar nuevas alternativas.
El desafío nuestro como sociedad, me parece es cómo lograr, ese referente entre deber ser y realidad y poder ir avanzando en construirlo, pero no es nada fácil. Para ello también ayudaría mucho un Acuerdo Nacional.
