Hace un par de semanas hablábamos en este espacio de la posibilidad, y peligrosidad, de una escalada del conflicto entre Rusia y Ucrania y las consecuencias desastrosas que generaría este en las ya deterioradas relaciones entre Moscú y Washington. Putin ve en Ucrania, y sus aires renovadores, la amenaza del avance de Occidente y los pasos gigantes de una Otan expansionista. Y en juego de posiciones, de geopolítica pura, la última movida que ha encontrado el Kremlin para contrarrestarlo es involucrar a América Latina. A sus aliados en estas tierras. Un movimiento de piezas para alertar a la Casa Blanca.
Ante la imposibilidad de llegar a acuerdos mediante el diálogo, la carta que sacó Rusia, en forma de amenaza, es un potencial despliegue militar en Cuba y Venezuela como actitud en espejo de lo que a ella le incomoda. Nicaragua también aparece cada tanto en una especie de triangulación antiestadounidense en aguas del Caribe.
Si bien por ahora un masivo despliegue de soldados y armamento ruso en el hemisferio no pasa del discurso y la provocación, toda la puesta en escena cuenta con el apoyo irrestricto de los gobiernos latinoamericanos señalados, que se sienten cómodos con el protagonismo repentino. Caracas y La Habana —y Managua, dado el caso— recibirían con los brazos abiertos la cortina de humo internacional que permita sacar la lupa de sus decadentes gestiones nacionales. Pero, más aún, los gobiernos cercanos a Putin garantizarían la continuidad (incluso el aumento) del respaldo ruso, que ha sido fundamental para su propia supervivencia a lo largo este siglo XXI.
Mientras tanto, el conflicto en la frontera rusa hierve. Los discursos de un lado y del otro chocan cada vez con mayor virulencia y la pirámide de la conflagración crece gracias al alardeo del poder político y militar. El choque a veces toma tintes demasiado serios y se teme por un efecto dominó que haga realidad lo impensado.
Desde acá miramos con expectación y miedo. No deja de resultar patético que en el temblor de los imperios nuestro vecindario aparezca de nuevo en el tablero de los deseos ajenos, como en una mala copia de ese siglo XX que fue vendido como un conflicto frío y en el que nuestro territorio fue uno de los campos de batalla más calientes