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El que Xi Jinping haya hecho brillar lo más poderoso de su poderío militar de cara al mundo no es algo que deba sorprender. Allí no está lo novedoso de la inmensa parafernalia montada para atraer las miradas del planeta. Todo lo chino es superlativo y, de vez en cuando, el gobierno del gigante se siente ante la imperiosa necesidad de airearlo frente a la globalidad. Esta vez, sin embargo, hubo hechos que le dieron una connotación diferente. La presencia del Presidente ruso Vladímir Putin y del líder norcoreano Kim Jong Un imprimieron un matiz diferente a esta parada militar organizada para conmemorar 80 años del fin de la II Guerra Mundial.
Todo había sido cuidadosamente programado. Más allá de evidenciar su músculo de guerra en un evento dirigido —paradójicamente— a pregonar la necesidad de estabilidad global, lo que el líder chino quiso poner de relieve fue su disposición a jugar un rol determinante en la construcción de un orden regional y mundial y solidarizar a muchos en torno a sus propias metas de seguridad planetaria.
Previamente, Xi había sido igualmente el anfitrión en Tianjin de la reunión cumbre del Grupo de Shanghái, en la que recibió un grupo importante de jefes de gobierno de Asia que le son afines y donde el invitado de postín fue Narendra Modi, primer ministro de la India. La singularización de Modi dentro de este grupo, las manifestaciones de amistad y de cercanía con quien ha sido un importante aliado de los Estados Unidos y un rival enconado de China marcaron el ambiente.
Fue allí, en la antesala de la gran parada militar, cuando Xi asomó su propuesta, aun desestructurada, por una “Iniciativa Global de Gobernanza” cuyo fin último sería la aparición de un nuevo orden mundial basado en el multilateralismo y en el imperio de reglas internacionales. La alineación de Moscú y Pyongyang con Pekín, además del acercamiento hacia Modi, unido a la propuesta para un nuevo orden, le sirvieron a Xi para plantarle cara a Occidente, en un momento particularmente complejo para el otro gran líder y Presidente, los Estados Unidos. El grupo entero se manifestó en contra de las medidas coercitivas que ha puesto en uso Donald Trump, causando desajustes de significación en el comercio mundial
Es dentro de este ambiente que se rubricó, horas antes, entre China y Rusia, un acuerdo de soporte mutuo y alineación de posiciones en asuntos de interés común. Sin dejar de mencionar el acuerdo para una cooperación y suministro energético que involucra la construcción de los dos gasductos “Poder de Siberia” que facilitarán la provisión de gas a la sedienta China
Así, la semana pasada marca el rumbo de una nueva realidad liderada esta vez por Xi. El gobernante dejó en evidencia la influencia decisiva que China tiene entre el ambiente asiático y la gravitación determinante con los líderes y gobernantes regionales. Exhibe de manera exultante un gran compromiso de unidad frente a la presión occidental. Lo muestra hacia la comunidad global y hacia el interior del país, donde acalla, así, rumores de una pérdida de garra que venía creciendo del lado militar.
China es preciso admitirlo, lleva con fuerza las riendas de su liderazgo y se considera la fuente de la estabilidad y la prosperidad, mientras a Estados Unidos lo señala como el origen de las incertidumbres.
Los asuntos atinentes a la democracia, las libertades, el respeto de los derechos de las personas, la competencia leal, no parecen ser temas de relevancia en este nuevo escenario que Xi le dibuja al mundo.
