En este mes de libros y teatro siento que esta larga temporada de pandemia parece una novela de ciencia ficción con un protagonista cruel que es el tiempo hipotecado, pasan ante nuestros ojos días y sucesos que se funden, olvidan o ignoran y que resultan ser la suma de lo mismo, poco a poco nos minan la incertidumbre, la ansiedad o el miedo, mientras el tiempo avanza (?) la casa arde y nadie parece interesado en remendar con hilos los rotos que permitan recomponer estos fragmentos de verdad, justicia, fe, bondad o libertad, estamos aquí alimentando con más combustible la eterna pira del odio y el dolor que es Colombia en este tiempo de derribamiento y caída de los símbolos, de las venganzas alegóricas que buscan reivindicar verdades sepultadas. Dijo Joan Manuel Serrat uno de estos días sin fecha una sentencia que debería invitarnos a reflexionar: “Hay que tener un poco de cojones, o quizá muchas ganas de vivir para no dejar que te mate una amenaza; yo tengo muchas ganas de vivir, de beber hasta la última gota de vida que tenga, pero beberla así, con felicidad, en la mayor plenitud posible. La violencia es una flor que nosotros hemos cultivado, y la queremos arrancar a tirones; lo mejor es dejarla que se seque. Tenemos que dejar de regarla todos los días con esa mierda que produce la televisión, violencia sin sentido y sin explicación, dejar de regarla con nuestros miedos. Pareciera que en lugar de ver el crimen que se está cometiendo, observamos una película como si aquello no doliera, no sangrara, no llorara. Tenemos que poner en el jardín cultura, arte, música, tecnología y sobre todo, amor. Eso seca sin duda a la violencia”.
¿Decidiremos empezar a secar algún día la flor de la violencia para que florezca un jardín de cultura y amor? La búsqueda de la belleza puede ser un medio y el antídoto que nos permita salvarnos del horror, algún día entenderemos que podemos encontrar consuelo frente a tanto dolor en las artes, sin asomo de nostalgia ellas pueden ser un instrumento que nos permita reimaginar el futuro, tender puentes hacia él, interrogarnos acerca de todos sus enigmas y construir una cartografía de sueños y esperanzas, un mapa en el que habite la bondad.
David Foenkinos es un premiado autor francés, de él cayó a mis manos su última novela titulada “Hacia la belleza”, que cuenta la oscura historia de un prestigioso profesor de la Escuela de Bellas Artes de Lyon, que abandona todo para convertirse en vigilante de una de las salas del Museo De Orsay en París. De Foenkinos son las reflexiones que siguen: “Comprendía el poder cicatrizador de la belleza. Frente a un cuadro no somos juzgados, el intercambio es puro, la obra parece entender nuestro dolor y nos consuela a través del silencio, permanece en una eternidad fija y tranquilizadora, su único objetivo es colmarnos mediante las ondas de lo bello.”
De pequeños recursos alimento este tiempo, trato de regar el jardín del arte día a día, porque es ese el que alimenta la vida y porque “la belleza es siempre el mejor recurso contra la incertidumbre”.