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Contar calorías para matar: Gaza y la matemática del hambre

El costo humanitario es hoy inmenso, incalculable. Nadie debería morir de hambre por decisión de un gobierno.

hace 4 horas
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  • Contar calorías para matar: Gaza y la matemática del hambre

Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev

No es una exageración decir que en Gaza se está utilizando el hambre como arma de guerra. Y lo más estremecedor es que hay cálculos —fríos, burocráticos, deliberados— detrás de cada caloría que entra o se niega al enclave palestino.

Según una investigación de The Guardian, Israel ha utilizado durante años datos precisos sobre las necesidades alimenticias de Gaza para dosificar la entrada de comida. Lo dijo un asesor de gobierno en 2006: se trataba de “poner a los palestinos a dieta, sin matarlos de hambre”.

Hoy, esa línea se ha cruzado. Diferentes organizaciones internacionales -entre ellas la ONU- confirman que Gaza está viviendo un escenario de “hambruna en su peor forma posible”. La situación no es simplemente de inseguridad alimentaria: hablamos de una población entera que, día tras día, no tiene qué comer. Más de dos millones de personas, en su mayoría civiles, están atrapadas en un territorio donde la agricultura ha colapsado, la pesca está prohibida y el ingreso de bienes esenciales está controlado estrictamente por Israel. El resultado es una dependencia absoluta de la ayuda humanitaria. Pero esa ayuda, que debería llegar de forma masiva y constante, ha sido deliberadamente bloqueada o restringida. Incluso en los momentos de alto al fuego, los volúmenes de comida que entran son tan bajos que apenas logran retrasar —no evitar— el hambre masiva. Los informes son contundentes: Gaza está sumida en una crisis humanitaria sin precedentes.

Los datos son inapelables: entre marzo y junio de este año, Gaza necesitaba más de 250.000 toneladas de alimentos. Israel permitió entrar apenas 56.000. Incluso si toda esa ayuda hubiera sido distribuida sin obstáculos (cosa que no ocurrió), el resultado sería el mismo: una hambruna devastadora.

Mientras tanto, algunos gobiernos intentan mitigar el escándalo con lanzamientos aéreos costosos, ineficientes y hasta mortales: personas han muerto aplastadas por los paquetes o ahogadas al intentar recuperarlos del mar. Con ello se transmite el mensaje de que el problema es logístico, cuando en realidad es político y ético.

No se trata de justificar los crímenes de Hamas ni de invalidar el derecho de Israel a proteger a su población. Pero en su contraofensiva, Israel ha sobrepasado todos los límites del derecho internacional y de la decencia humana. El costo humanitario es hoy inmenso, incalculable. Nadie debería morir de hambre por decisión de un gobierno. Y sin embargo, eso es lo que está ocurriendo: niños, ancianos y civiles indefensos están pagando el precio de una guerra que ha convertido las calorías en instrumentos de castigo colectivo.

Diferentes organizaciones de derechos humanos israelíes —entre ellas B’Tselem— han calificado esta política de inanición como parte de un posible genocidio. No se trata ya de interpretaciones ni de posiciones ideológicas, sino de hechos.

Frente a esta evidencia, no podemos caer en el cinismo ni en la costumbre. Asumir esta tragedia como un asunto lejano o como un debate geopolítico más es cerrar los ojos ante el sufrimiento humano más elemental.

Esto no es un asunto de izquierda o de derecha. Es una cuestión de humanidad.

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