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Hoy, 7 de agosto de 2024, el gobierno de Gustavo Petro llega a la mitad de su mandato. Dos años atrás, asumió el poder con la promesa de liderar un “gobierno del cambio”, generando grandes expectativas en un país que demandaba transformaciones profundas. Sin embargo, a medida que avanzan los días, el balance de su gestión revela un panorama decepcionante que contrasta con las promesas iniciales.
Uno de los aspectos más preocupantes ha sido la baja ejecución del Presupuesto General de la Nación. En 2023, solo se alcanzó un 71,3%, la cifra más baja en la última década. Esta falta de ejecución no solo refleja ineficiencia, sino también una parálisis administrativa que ha dejado varios proyectos en el limbo. Aún más alarmante es el caso del presupuesto de inversión, donde solo se ejecutó un 9,1%, lo que equivale a que de cada $100 aprobados, apenas $37 fueron efectivamente pagados.
A esto se suma el nombramiento de personas sin la idoneidad necesaria en cargos clave. El ministro de educación, José Daniel Rojas, y el embajador Armando Benedetti son ejemplos claros de cómo el gobierno ha priorizado la lealtad política sobre la competencia técnica. Estos nombramientos afectan la imagen del gobierno y debilitan la capacidad de respuesta en sectores cruciales como la educación y las relaciones exteriores. En el plano económico, los resultados son desalentadores.
Los números están muy por debajo de los registrados el año pasado, reflejando una clara desaceleración. Las expectativas de crecimiento para el segundo trimestre de 2024 se ubican entre 0,9% y 1,5%, cifras preocupantes si se comparan con las de otros países de la región. Esta ralentización económica es un indicio de que las políticas implementadas hasta ahora no han sido suficientes para dinamizar la economía y generar el crecimiento esperado.
El estilo confrontacional del gobierno ha sido otro factor que ha dificultado su gestión. En lugar de buscar consensos, han optado por enfrentarse a sectores políticos y sociales, como quedó evidente en la fallida Reforma a la Salud. A pesar de las múltiples objeciones y alertas, el gobierno se mantuvo inflexible, lo que no solo obstaculizó el avance de la reforma, sino que también exacerbó la polarización.
La inestabilidad política es otra característica del gobierno, reflejada en la constante rotación en el gabinete ministerial. Esta falta de continuidad ha afectado la implementación de políticas, generando incertidumbre y desconfianza. Propuestas polémicas como la de una Asamblea Constituyente, aunque poco viables en el contexto actual, han contribuido a esta sensación de inestabilidad, deteriorando aún más el ambiente.
Finalmente, los escándalos de corrupción, como el de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), han golpeado duramente la credibilidad del gobierno. Para quienes votaron por Petro, estos escándalos han sido una amarga decepción.
En conclusión, el “gobierno del cambio” ha quedado muy por debajo de las expectativas generadas. Las promesas de transformación profunda se han desvanecido, y lo que queda es un país sumido en la ineficiencia, la confrontación y la desilusión. Aún restan dos años, pero el tiempo para rectificar se agota, y la paciencia del país también.
