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De maniqueísmos
y polarizaciones

Una sociedad no se desmorona y rueda por el precipicio simplemente porque esos pocos, a los que ponemos la etiqueta de malos, se dedican a la maldad.

20 de mayo de 2023
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  • De maniqueísmos y polarizaciones

Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com

Si una sociedad tiende a polarizarse, poco a poco, imperceptiblemente, es penetrada por el maniqueísmo, entendido éste en su acepción más común: la división entre buenos y malos. Todas las desmesuras de la violencia parten de esa concepción maniquea, pues las partes, radicalizadas, absolutizan sus puntos de vista y sus intereses, propiciando el anatema y la persecución de quienes piensan distinto o están movidos por otros intereses. Estos, a su vez, maniqueízan también al bando contrario, suprimiendo así el ámbito del pluralismo y la diversidad.

Es la historia de todas las guerras, de todos los conflictos, sean políticos, étnicos, religiosos, sociales o económicos. Pero hay más. Cuando las naturales divisiones entre grupos o facciones de cualquier índole - que es un pulso normal en la dinámica de una sociedad - se tensan por el maniqueísmo, se vuelven brechas y distancias insalvables y lo que antes era apenas diferenciación acaba convirtiéndose en frontera pugnaz. Entonces vienen las limpiezas étnicas y tribales, las guerras religiosas, la lucha de clases, las batallas entre los sectarismos partidistas y demás manifestaciones de la demencia humana. A la vuelta de las mutuas descalificaciones se pervierte aquel valor que diferenciaba y que en principio es bueno, como el sentido de raza, la fidelidad a un credo, la afiliación partidista, la defensa de unos derechos. Y se entronizan, de parte y parte, la discriminación, la satanización, el fanatismo. Literalmente se pierde la razón. Por eso la demencia, la locura, está en la base de la violencia, de todas las violencias.

Lo anterior para advertir que el eslogan, tan repetido en nuestro medio, “los buenos somos más”, así haya surgido tal vez con un aséptico sentido de convocatoria publicitaria al repudio de la violencia, tiene en sí peligrosos gérmenes de maniqueísmo.

A la luz de la enseñanza evangélica, en el episodio de la mujer adúltera y el emplazamiento de Jesús: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, lo que habría que preguntar es si realmente son más las buenos. O si se quiere, para no despersonalizar, preguntarnos si realmente somos más los buenos. Porque, no nos digamos mentiras - y es parte del perverso sentimiento maniqueo - siempre uno se cuenta entre los buenos y los malos son los otros.

Es cierto que son pocos los que acuden a la violencia de hecho, sea el terrorismo o la venganza armada. Pero, ¿y las otras violencias? Una sociedad no se desmorona y rueda por el precipicio, como la nuestra, simplemente porque esos pocos, a los que ponemos la etiqueta de malos, se dedican a la maldad, sino porque los rotulados como buenos, que nos consideramos los más, de una u otra forma hemos contribuido por acción u omisión a la descomposición de la sociedad.

¿Lo buenos somos más? ¿Y no estarán entre esos “más”, las causas que han lanzado a los “pocos” a la maldad? No se trata, por supuesto, de justificar, ni de endilgar culpabilidades, sino de apelar a la propia conciencia, antes de condenar. ¿No seremos, de pronto, los más, que nos creemos buenos, los que hemos abonado el terreno donde brota la violencia y la maldad? ¿O hemos, los buenos, cohonestado y/o prohijado con nuestro silencio y falta de compromiso, las injusticias, los odios y el quiebre de valores y pérdida del sentido moral y ético que fundamenta la convivencia entre los hombres?

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