Durante el fin de semana anterior se celebraron los 71 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Reims (Francia) y Berlín fueron sedes de la firma de rendición incondicional alemana ante los Aliados y la Unión Soviética respectivamente.
Cada ejército quiso mostrarse como fundamental en la derrota nazi. Millones de muertos, ciudades en polvo, sobrevivientes rotos, fueron argumentos para presumir supremacía en heroísmo.
Las potencias occidentales y la yerta nación comunista habían batido al enemigo común, pero cada parte sabía que la alianza guerrera fenecería con el despedazamiento del último de los tanques fatídicos.
El suicidio de Hitler enterró, ojalá por varios siglos, el horror de un mundo comandado por botas esvásticas. Los campos de concentración...