x

Pico y Placa Medellín

viernes

3 y 4 

3 y 4

Pico y Placa Medellín

jueves

0 y 2 

0 y 2

Pico y Placa Medellín

miercoles

1 y 8 

1 y 8

Pico y Placa Medellín

martes

5 y 7  

5 y 7

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

6 y 9  

6 y 9

El buen mal

Las historias de Samanta duelen, agobian, incomodan, cuántos adjetivos podrían abarcar el universo de un niño que muere y su madre no logra perdonarse.

hace 7 horas
bookmark
  • El buen mal

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Este año, la escritora argentina Samanta Schweblin apareció en la lista de las casas británicas de apuestas como una de las favoritas para ganar el Premio Nobel de Literatura. Si bien ella fue la primera sorprendida, y no creo que haya estado pendiente de contestar el teléfono, es claro que, poco a poco, su literatura inquietante, lo que ha hecho desde que publicó su primer libro, “El núcleo del disturbio”, pasando por “Pájaros en la boca”, “Distancia de rescate”, “Siete casas vacías” hasta llegar a su libro más reciente, “El buen mal”, va haciendo lo suyo para que, algún día, la llamen desde la Academia Sueca, y si no la llaman nunca, tampoco importa.

Cada libro va calando en los lectores del mundo entero por la manera como aborda lo que ella misma ha denominado la literatura de lo anormal. Esa literatura cargada de historias que angustian tanto porque somos conscientes, mientras leemos, que ese universo es posible, está ahí en nuestras casas, en nuestras familias, en los lugares donde se pasan las vacaciones, donde se da la cotidianidad de cualquier ser humano en una ciudad o en el campo, donde sea. Y eso asusta, eso aterra. No es lo mismo que se aparezca un fantasma o un monstruo, qué se yo, a que aparezcan nuestros propios fantasmas, nuestros temores.

Y eso es lo que pasa en “El buen mal”, el libro que leía la semana pasada, en el amanecer del jueves, mientras me pasaba eso tan extraño que es desear que algo ocurra: que le den el premio a ella, pero saber que eso no ocurrirá. Leer como una forma de conspirar, de desear cosas bonitas a quien uno lee con admiración. Así que cuando cumplí con mi ritual anual: ver en directo la apertura de las puertas de la Academia, el anuncio del Nobel de Literatura, que no fue Schweblin, me desconecté para seguir leyendo estas seis historias que no brindan ningún tipo de respiro, que asfixian, que afligen, y que una de ellas, digamos ‘La mujer de Atlántida’, a pesar de que hace que por momentos uno sienta que todo va bien con la poeta, y nos riamos con las ocurrencias de las hermanas que empiezan a visitarla como si fueran la inspiración, no cabe un final feliz.

Las historias de Samanta duelen, agobian, incomodan, cuántos adjetivos podrían abarcar el universo de un niño que muere y su madre no logra perdonarse. O ya no es posible cuidar a un niño sin pensar que en cualquier momento se trague algo y todo cambie en un segundo, para el niño, para los padres, para todos. O que querer ayudar a una anciana enferma sea descartado porque quién sabe lo que puede ocurrir después de un buen gesto. Mejor dicho. Aquí no hay muertos en vivo y en directo, no hay sangre, no hay sustos de terror, pero vaya uno a saber por qué el corazón no se calma en cada punto final de estos relatos. Y eso asusta. Qué grande es Samanta Schweblin, y qué miedo tanta maestría psicológica.

Sigue leyendo

Te puede Interesar

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD