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Apenas colgué, la cifra que me dio el señor de la agencia no me cabía en la cabeza, me pareció ridícula. Miré el apartamento desocupado desde hace tanto...
Por DIEGO ARISTIZÁBAL - desdeelcuarto@gmail.com
Como suelo hacerlo en las vacaciones, en el receso de mitad de año o diciembre, comparto un par de historias que surgen Desde el cuarto:
Se arrienda
Mal contados, la ventana del tercer piso lleva cargando ese cartel de “se arrienda”, unos cinco meses. Cuando pusieron el aviso yo estaba de viaje y apenas volví me pareció extraño que la luz del frente no se encendiera con el mismo ritmo de mis madrugadas, como solía ocurrir, y nunca más volví a ver a ese vecino que tenía un gimnasio en vez de sala y que le gustaba preparar el café sin camisa y acariciar el gato en la barrita de la cocina mientras hervía el agua.
Los días se fueron sumando poco a poco, olvidé rápidamente a mi vecino y a su gato, la compañía indirecta; sin embargo, por alguna razón, empecé a percatarme mucho más del cartel de arriendo y de la soledad de aquel espacio en un país donde hay tanta gente que no sabe dónde pasará la noche.
Mientras desayunaba, además de repetir el número y el nombre de la agencia hasta memorizarlos sin querer, además de decirme, día tras día: ‘nada que arriendan ese apartamento’, pensé en esa burbuja inmobiliaria que se creó hace poco más de un año, donde sacaron a tantos buenos amigos de sus casas porque a los dueños les dio por duplicar el precio, porque sí, o porque hay gente que no le importa mucho el otro.
“La gente se enloqueció”, me dijo el señor de la agencia, “muchos prefirieron dejar de recibir la goterita del arriendo normal para subir exageradamente el precio y ahora hay una sobreoferta de apartamentos caros pero vacíos”. Apenas colgué, la cifra que me dio el señor de la agencia no me cabía en la cabeza, me pareció ridícula. Miré el apartamento desocupado desde hace tanto, imaginé el polvo acumulado en el mesón, los pelos del gato orbitando por ahí y entendí, una vez más, lo que significa la codicia.
Depósito de pájaros
A veces, y puede que tardemos en llegar a esa conclusión, tenemos plantas que son como un depósito de materiales para los pájaros.
Hasta hace poco, me empeciné en tener en condiciones óptimas un curazao morado, pero renuncié, además de no recibir el suficiente sol, los azulejos, verdejos, bichofues, euphonias, entre muchas otras especies de pájaros, al parecer, rodaron sus trinos por todo el barrio, y en la medida que mi pobre curazao se quedaba sin tierra y sin la pajita de coco, aumentaron los nidos en el palo de mangos del lado. Uno tiene que saber cuándo enfrentar una batalla. Yo perdí amorosamente la mía.
Ahora, incluso sin el curazao en el balcón, los pájaros me siguen visitando, no sé si para hacerme un reclamo porque les ha tocado más duro o para acompañarme a superar la tristeza que siempre deja una planta cuando se va.