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En Colombia, en cambio, ya se perciben señales de que parte de la derecha y del centro están comenzando a reconocerse mutuamente como posibles aliados. La presión empresarial y ciudadana está funcionando.
Por Diego Santos - @diegoasantos
La decisión del exgobernador del Meta, Juan Guillermo Zuluaga, de renunciar a su aspiración presidencial marca un punto de inflexión en la actual coyuntura. No es común que un líder que ha recorrido más de 20 departamentos, que ha construido un relato propio —el de un hombre de provincia, trabajador, frentero y sin miedo— decida hacerse a un lado cuando más crece la ansiedad del país por encontrar una alternativa. Pero, precisamente por eso, la renuncia de Zuluaga envía un mensaje que trasciende su nombre: la política no puede seguir siendo una competencia de egos mientras Colombia se juega su vida.
En un escenario donde la fragmentación de la oposición se ha convertido en una ventaja para el gobierno —miren el vuelo de Iván Cepeda—, la postura de Juan Sin Miedo introduce un ingrediente inesperado: la responsabilidad política. Su razonamiento es simple, pero profundo: si las encuestas no lo favorecen, lo ético es no dividir el voto y apoyar la consolidación de una opción viable. Esto, en un país donde la ambición personal suele imponerse sobre el interés nacional, es casi utópico.
La movida, además, tiene otra lectura: revela que algo está cambiando en la opinión. En distintos segmentos —empresarial, urbano, rural, académico— crece la sensación de que la continuidad del actual proyecto político sería un suicidio, y que es necesario construir un contrapeso robusto. Esta dinámica contrasta con la experiencia venezolana, donde la oposición nunca logró unificarse a tiempo. En Colombia, en cambio, ya se perciben señales de que parte de la derecha y del centro están comenzando a reconocerse mutuamente como posibles aliados. La presión empresarial y ciudadana está funcionando.
Abelardo de la Espriella y Juan Carlos Pinzón han insinuado públicamente su disposición a una coalición amplia. La renuncia de Zuluaga podría aumentar la presión sobre otros aspirantes para que hagan lo mismo. Sin embargo, como advierte con lucidez el analista Mauricio Reina, el riesgo de convertir la contienda en un “todos contra Petro” podría terminar fortaleciendo la narrativa del presidente: la idea de que las élites se confabularon para impedirle gobernar. Esta narrativa ya ha demostrado su potencia emocional y su capacidad para movilizar a su base.
Por eso, la unión no puede ser torpe ni reactiva. No basta con sumar nombres; hay que construir un proyecto. Si el interés es ofrecer una alternativa, deberá ser creíble, moderada, inteligente, capaz de hablarle tanto al miedo como a la esperanza, al bolsillo como a las emociones. Y ahí surge la pregunta que muchos se hacen en voz baja: ¿qué hará Sergio Fajardo? Él sigue siendo un punto de equilibrio dentro del centro político. Pero su silencio y su ambigüedad estratégica sacan de quicio a muchos. Su eventual alianza con una figura de derecha podría ser determinante.
Se vienen meses decisivos. Si otros siguen a Zuluaga, podría instalarse un nuevo orden en la oposición. Si no, el país corre el riesgo de reeditar la historia ya conocida: fragmentación, desgaste y, al final, victoria para el más macabro de todos.