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El largo fin del mundo

Lo que estaba viendo en redes sociales me destrozaba, pero me impactaba todavía más lo acostumbrados que estamos a tanta barbarie. ¿Estamos debatiendo los cálculos políticos de un conflicto que tiene semejante evidencia de terror y deshumanización?

21 de noviembre de 2023
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  • El largo fin del mundo

Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com

Crecí con una idea muy hollywoodense del apocalipsis, cuando alguien hablaba del fin del mundo, yo me imaginaba un momento en el que se suspendía todo. Todo el mundo paraba para observar cómo en algún lugar del mundo caía un meteorito.

Me aterró siempre la idea de esperar la muerte y de ver en un televisor cómo le llegaba a otros mientras tanto.

No sé si se trate de un temor heredado del cine o si existe una etapa de la vida, en la niñez, en la que la pregunta por el fin del mundo como lo conocemos es recurrente.

¿Cómo así que los dinosaurios se extinguieron porque cayó un meteorito?

¿Podría caer un meteorito y extinguirnos a los humanos?

Todas esas preguntas me las hice cuando tenía 10 años hasta que entendí que éramos una parte minúscula del universo y que, aunque sí es probable que nos caiga un meteorito, basta con ver cualquier noticiero hoy para entender que antes de que llegue, nos habremos ya matado entre nosotros.

El fin del mundo lleva un montón de tiempo pasando.

Fue evidente.

Lo sentí cuando me empezaron a aparecer entre publicidades y actuaciones, los videos de miles de niños muriendo en Gaza.

¿Por qué no se ha suspendido todo?, pensé.

Lo que estaba viendo en redes sociales me destrozaba, pero me impactaba todavía más lo acostumbrados que estamos a tanta barbarie. ¿Estamos debatiendo los cálculos políticos de un conflicto que tiene semejante evidencia de terror y deshumanización?

Estamos perdiendo.

Las cifras de hoy según la ONU, apuntan a que más de 3.500 niños han muerto en bombardeos en Gaza en las últimas semanas.

Y sin contar los que no mueren.

Los que crecen con dolor y trauma.

Estamos encogidos de hombros observando.

Y ese es el fin del mundo.

Nunca antes nos habíamos visto así, transmisión en vivo y en directo de la muerte y del horror. A todos nos han llegado por diferentes medios las imágenes de los niños entre los escombros y de los que lloran porque se dan cuenta que perdieron a sus padres o a sus hermanos.

Los vemos, ellos miran a las cámaras, podemos notar sus miradas, su dolor.

Pero nada se suspende. Ni los gobiernos se manifiestan ni hay señales de que quienes ordenan la barbarie se vayan a detener.

Este fin de semana repetí Her, la película en la que Joaquin Phoenix representa a un hombre solitario que se enamora de un programa que instala en su celular.

La película, que se lanzó en 2013, me pareció más actual que nunca. Me asustó reconocer imágenes que había visto hace 10 años con cierta certeza de la imposibilidad y que ya hoy son cotidianas en la vida de todos.

Así como con Her, siento que estoy viviendo en una de las películas apocalípticas que veía cuando era niña.

Era improbable que miles de niños fueran asesinados y todos siguiéramos normalmente nuestras vidas y que todo continuara.

Era.

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