Pareciera que en el país los tormentosos ciclos que narra la Biblia se repitieran. Las plagas de Egipto se han debido soportar en las reiteradas etapas de la violencia colombiana. La violencia conquistadora. La violencia colonial. La violencia del siglo XIX en la pugnacidad de la formación y evolución de los partidos políticos y sus continuas guerras civiles. La violencia bipartidista de los años 40 y 50 del siglo pasado. La violencia bandolera, la violencia guerrillera. La violencia de los paras, narcos y bandas criminales. En suma todas las modalidades de violencias que ha soportado un país desde que comenzó a formarse como nación.
Ahora entra en escena Herodes, con nueva cosecha de muerte a niños dentro de una contabilidad que sobrecoge al país. 3.000 asesinatos de menores de edad de manos de criminales de todos los pelambres y en todos los sitios de Colombia. Siniestra suma en solo cuatro años-2015 y 2018- según informe de la ONG Save the Children. Saldo repugnante que nos destaca como el segundo país en el mundo de mayor tasa de homicidios de menores, luego de Venezuela. Y se enmarca esta macabra cifra en el continente latinoamericano, región que se constituye en la que más asesinatos infantiles aporta al mundo. Y eso dizque es el Continente de la esperanza.
La violencia física, sicológica infantil se ha desbordado por la geografía nacional. Se nutre de la impunidad. Dice el ICBF que en el solo lapso de enero y abril de este 2019, la institución abrió cerca de 4.000 procesos sobre niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia sexual. Quien ponga en duda estas cifras, no es sino que mire los noticieros de televisión para que vea el morbo con que relatan los asesinatos de niñas pequeñas, luego de haber sido violadas por los monstruos que andan sueltos por calles y plazas, quienes fácilmente se escapan de las normas legales para eludir los barrotes carcelarios.
Así que en este país -atiborrado de problemas y frustraciones, con una paz que se ha vuelto una entelequia- el derecho como garantía para prolongar la vida de los niños, parece ser ilusión perdida. Con la circunstancia de que cada día se pone en más riesgo de vulnerabilidad a los niños, dadas las disposiciones constitucionales que colocan sus derechos por debajo de los derechos de los beodos y drogadictos. No pocos de estos, es cierto, son seres enfermos que no delincuentes. Pero si con la careta del vicio, se cubren muchos vagos y hampones que ejercerán en parques y espacios abiertos en virtud del “libre desarrollo de la personalidad”, sus mañas y temeridades, a costa de la libertad y las prerrogativas de los niños.
Sobre esta pintoresca Locombia, en donde prevalecen los derechos de los viciosos sobre los de los niños y se asesinan y se violan a diario infantes y adolescentes, estamos construyendo lo que algunos ingenuos llaman un nuevo país. Seguimos resquebrajando la estructura moral de la nación y agotando el sistema para dar saltos al vacío que pronto nos puedan conducir a la desintegración de lo que candorosos poetas llaman el alma nacional.