Aquí, cada vez que algo no funciona o lo hace mal, de inmediato se propone expedir una regulación para reformarlo; por eso, somos campeones de leyes mal confeccionadas e inútiles. Se le rinde, entonces, culto a los esperpentos normativos y no a la verdadera ley; y ello, obsérvese, en medio del populismo reinante cuando la clase política vive su más profunda deslegitimación y el proceso legisferante es solo un sucedáneo para mostrar resultados a la incrédula opinión pública.
De paso, se apuntalan las campañas electorales futuras y los autores de las iniciativas se bañan en agua de rosas. No hay, pues, interés en cambiar nada; los corifeos del sistema están contentos con lo que tienen. Eso sí, cada que algún evento suscita interés entre los ávidos...