La verdad es base fundamental en el ejercicio periodístico. Se hace imprescindible su vigencia en épocas de confrontaciones políticas como la que vive hoy Colombia en su disputada elección presidencial. Es atributo básico para que exista libertad. Faltar a la verdad en el ejercicio del periodismo sería tan grave como si el abogado ejerciera su profesión con tendencia al uso de la ilegalidad para fomentar la injusticia, o el médico la violencia para vulnerar vidas.
Uno de los grandes deformadores de la verdad ha sido el apasionamiento desbordado en el actual debate electoral. Y ha encontrado en el mundo digital su mejor pantalla y caja de resonancia. Ha convertido la libertad de expresión en libertinaje. Con mensajes falsos, con imágenes sin autenticidad alguna, muchos de sus usuarios desinforman. Corren por el Twitter y demás redes sociales el rumor, el chisme, que generan confusión. Promueven el antivalor de la mentira sobre la ética, sobre el valor de la verdad.
Es indiscutible que las redes sociales han acercado la información. Utilizándolas con responsabilidad, la democratizan, la arriman a las gentes. Pero cuando impera la desmesura, y se distorsiona la realidad, se incentiva la anarquía. En la rivalidad entre lo que es falso y lo que es cierto se confunde la opinión pública y se produce una incertidumbre, dejando el amargo sabor de duda acerca de la credibilidad de la noticia, de la fidelidad del comentario, de la autenticidad de la imagen fotográfica. La ética y la verdad quedan mancilladas.
Este agrio debate electoral ha desbordado el uso de las redes sociales, que deberían ser complemento de la sana competencia periodística. Lo han vuelto mucho más emocional que racional, desbordando los fanatismos. Contaminan las pantallas de verdades a medias, de mentiras. Es tal la fuerza de los trinos que la sentencia de Baltasar Gracián de que “la verdad se ve y la mentira se escucha” es una diferencia que se borra. Difícilmente se distingue la veracidad de la falacia. Se manipula la opinión pública para que lo real se vuelva ficción. Penetran los mensajes de textos delirantes, los fotomontajes hirientes y las falsedades en las intimidades de las personas. Se convierten en fábricas de injurias y calumnias.
No es fácil recuperar, en medio de una agresiva radicalización política, la verdad en la información. El lenguaje agresivo de algunos candidatos presidenciales, en cuya alma albergan revanchismos clasistas, impide por lo menos rebajar los altos índices de exacerbamiento. Convierten la opinión en lucha tribal. Y las frases hirientes en combustible para encender las pasiones de los twitteros, en un país laboratorio de violencias.
Vargas Llosa, al comentar el debate presidencial peruano que en 1990 perdió contra Fujimori, sostenía que “si la guerra electoral fue sucia en la primera vuelta, en la segunda fue inmunda”. Como van las cosas, pensamos que en Colombia se está haciendo el mismo recorrido. No olvidemos aquel principio de que por más difícil que sea una situación, siempre es susceptible de empeorar