En pleno siglo XXI, el “trópico” y su hijo más perverso, el “tropicalismo”, no tendrían por qué colarse en el debate público. Sin embargo, todavía observamos funcionarios empeñados en definirnos como “país del Sagrado Corazón”, alcaldes como José Castro, quien atribuye la catástrofe de Mocoa a las “incontenibles fuerzas de la naturaleza”, o el alcalde (e) de Medellín, Santiago Gómez, quien declaró: “Esta no es una ciudad contaminada ni es una ciudad enferma”. Para Gómez, hablar de contaminación podría perjudicar los esfuerzos realizados para posicionarnos como sede de turismo de eventos y destino de cirugías plásticas.
“Te parece muy divertido montar en bus, pero los carros y las motos mueven esta ciudad”, dijo aludiendo a una conversación con...