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Enfermos de tamaño

Ahí estamos. A punto de morir de exceso, de cantidad. Enfermos de tamaño, enloquecidos por la cantidad, más que por la calidad. Tras un enriquecimiento fácil y desmesurado, no solo de dinero sino en todas las aspiraciones de la condición humana.

24 de agosto de 2024
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  • Enfermos de tamaño
  • Enfermos de tamaño

Por Ernesto Ochoa Moreno -
ochoaernesto18@gmail.com

“Al principio fueron los monstruos. Cuando la naturaleza se ensaya y ejercita en sus caprichos creadores, empieza por Dinosaurios; sus hijos primeros alcanzan tamaños fabulosos, dimensiones que amedrentan. La naturaleza no tiene medidas y, desmandadamente se lanza a una orgía de tentativas disparatadas, que acaban de mala manera. El Tetrabelodón, elefante de cuatro colmillos, lo cual, al parecer, le da ventaja notoria sobre el desgraciado y menesteroso elefante de dos, es un callejón biológico sin salida. Tanto le pesa la dentadura, que, para aguantarla, el pescuezo se le mengua y se le mengua, hasta que ya no puede alcanzar con la testa el suelo, y muere de grandeza. Mejor dicho, de exceso, de cantidad”.

El largo texto citado es del escritor español Pedro Salinas (1891-1951) y fue escrito en la década de los cuarenta del siglo pasado. Es el párrafo inicial del ensayo “Laberinto de los libros” y hace referencia a la bibliolatría y la desmesura editorial, pero a mí me cae de perlas para hablar de esa teoría de los monstruos que primero en la naturaleza, luego en las civilizaciones y hoy en la ciencia y la tecnología (monstruos de la razón, que dice el autor) nos han llevado a grandes logros de la humanidad que, infortunadamente, bordean a menudo locuras y megalomanías. Como está pasando hoy -pienso yo ahora- con la Inteligencia Artificial.

Advierte Salinas, delicado y casto poeta del amor y sesudo ensayista, que el Tetrabelodón es “oportuno símbolo de imperios y soberbias. Así se extinguieron otros graciosos animales de ese entonces. La Naturaleza se impone sus propios castigos y el Megalosauro y compañía sucumben, enfermos de tamaño, por desmesura, de puros monstruos que eran”.

Cuando más adelante el hombre “se pone él a crear, también se le va la mano”, y las primeras civilizaciones “se afanan tras lo magno” y dejan entre los escombros de la historia grandes “lecciones de exorbitancia”, como pirámides, esfinges y demás ruinas magníficas de las culturas antiguas.

Pero llegan los griegos y descubren que la grandeza y la belleza están en la medida, no en el tamaño ni en la disformidad. “Preciosa es entre todas la noción de la medida, certero camino hacia la verdad”.

Mas pasados los siglos de gloria en los que el respeto a la medida significó la grandeza de la creación humana, con excepción hecha de la guerras -que siempre han sido resquicios por los que se asoma la monstruosidad de los hombres- pareciera que el hombre del siglo XX (y más aún el del siglo XXI, valga anotarlo) “se ha enamorado de los monstruos y adora el tamaño, sobre todas las cosas... La tierra se vuelve a poblar de monstruos. Ahora no son hijos de la naturaleza: son artifechos, artefactos, criaturas del hombre.”

Ahí estamos. A punto de morir de exceso, de cantidad. Enfermos de tamaño, enloquecidos por la cantidad, más que por la calidad. Tras un enriquecimiento fácil y desmesurado, no solo de dinero sino en todas las aspiraciones de la condición humana. Acosados por la impaciencia de querer tenerlo todo, y mucho más, de saberlo todo y mucho más, hasta morir aplastados por las garras del monstruo que nosotros mismos hemos creado.

Concluyamos con Salinas: “No se olvide que la monstruosidad contemporánea, en que se complace y recrea nuestro mundo, a diferencia del plioceno, es pura obra del hombre. Del homo sapiens. Del hombre racional... El homo rationalis se rodea de atrocidades, de disparates, y los contempla embobado. Ya Goya lo había dibujado y dicho: ‘El sueño de la razón produce monstruos’.

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