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Eterna juventud

Hay una paradoja enorme en el concepto de la eterna juventud: si la alcanzas significa que moriste antes de tiempo. ¿Para qué una juventud que no puede disfrutarse?

21 de mayo de 2023
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  • Eterna juventud

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Hace poco llegó un mensaje a mi Instagram. La persona que lo envió estaba leyendo Cómo maté a mi padre y cayó en cuenta de que la Catalina que estaba trabajando en su casa era la misma que aparecía en mi novela. Así nos encontramos. Catalina estuvo con nosotros más de una década. Fue la única que no salió corriendo cuando la mamá quedó en embarazo de los trillizos. Podría enumerar mil momentos determinantes junto a ella, pero sólo me centraré en uno: Catalina y yo estábamos solas en casa aquel 17 de mayo cuando el teléfono no paraba de sonar con una noticia que nos cambiaría la vida: habían matado al papá.

Cuando Catalina tuvo que dejarnos, yo aún no le llegaba ni a los hombros, quizá por eso, lo que más me impresionó cuando vi hace unos días, fue descubrir que soy más alta que ella. Llorando nos tomamos la cara y nos miramos, como tratando de entender lo ocurrido durante los casi treinta años de separación. El tiempo nos ha pasado por encima y se nos nota. Estamos destinadas a envejecer porque estamos vivas: la eterna juventud es para quienes mueren antes de tiempo. Mi padre es la prueba de ello. Siempre es el mismo de la última vez que lo vi, asomado por la puerta de mi cuarto con una mueca de despedida antes de irse al trabajo. Me aferro a esa cara porque es la última que tengo, esa cara que no envejece ni en mis sueños ni en mis pensamientos.

Este 17 de mayo que pasó cumplí treinta y dos años. Treinta y dos años sin el papá. Cuando tienes un muerto cercano te acostumbras a medir tu vida en proporción con esa ausencia. A los veintitrés dije: he vivido más años sin el papá que con él. A los cuarenta dije: en una década tendré más años que él. Algún día seré vieja y él siempre será joven. Yo soy mortal y él es eterno. Somos lo que las circunstancias hicieron de nosotros.

En un libro titulado Escribir, Marguerite Duras narra la historia de un soldado de guerra británico caído en un pueblo francés después de que se estrellara su avión. Todo el pueblo tuvo que ver con él, incluida Duras, quien lloró frente a su tumba muchas veces, pese a no haberlo conocido. Cuando leí el libro entendí sus lágrimas. Lloraba porque sabía que el soldado había logrado retener una juventud que ella ya había perdido. Entonces escribió: «Tenía veinte años. Tendrá veinte años durante toda la eternidad, ante lo eterno. Exista o no, lo eterno será aquel niño». Ahora Duras es eterna también, como aquel soldado, como mi padre.

Hay una paradoja enorme en el concepto de la eterna juventud: si la alcanzas significa que moriste antes de tiempo. ¿Para qué una juventud que no puede disfrutarse? Quizá por eso me gusta escribir textos autobiográficos, me permite burlar el paso de los años, envejecer sin dejar de inmortalizarme en la edad en la que los protagonicé. En Cómo maté a mi padre, por ejemplo, siempre tendré once años, Catalina treinta y el papá conservará la misma cara con la que se despidió de mí aquella mañana justo antes de que un sicario le disparara.

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