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El deterioro de las sociedades comienza de manera imperceptible y cuando se nota la enfermedad suele estar avanzada.
Por Fanny Wancier Karfinkiel - fannywancier7@gmail.com
El término populismo, estilo político contradictorio que atrae a las clases populares con un poder concentrado en un líder autoritario y un partido que limita los contrapoderes, sufre de inexactitudes dado que presenta diferencias en la retórica dependiendo de uno u otro país. Se considera un fenómeno con un líder inspirador y súbitamente conciliador que moviliza las masas en países en procesos de transformación política hacia la modernización. También es un movimiento social que divide al “pueblo virtuoso” de la “élite corrupta” y rechaza la libertad individual a la par de la devoción a un Estado disfrazado de democracia. Ocurre en sociedades fragmentadas con profundas desigualdades, violencia, desplazamientos y adicionalmente, con una gran desconfianza hacia quienes han manejado el país. Todas causas propicias para instalar a un populista en el poder.
Ningún país está vacunado contra este virus con apariencia de bonanza que le sirve a toda la gama ideológica: la derecha y la izquierda, los conservadores y liberales, los comunistas y capitalistas a quienes los une un enemigo común, o la corrupción y el desprecio hacia la elite, o sea a “los mejores de la sociedad”.
Uno de sus orígenes proviene de Mussolini, adicto a la adulación, violador, polígamo y perverso que sintiéndose elegido por una fuerza superior insistía en “ante todo libertad y democracia”. Su forma de pensar formó a los Fasci Autonomi d’Azione Rivoluzionaria que popularizaron la palabra fasci cuyo significado es “haz” (figuradamente liga o agrupación) de donde surgió el término fascismo. “Benito proponía el abrazo de todos los italianos: empresarios, estudiantes, obreros y soldados. Alejarse de los políticos corruptos, de los capitalistas que los explotaban, de los socialistas que mentían, de los que hablaban y hablaban sin lograr cambios verdaderos. (Libro “La amante del populismo”).
Con su discurso abonaba el camino para el florecimiento de la serpiente fascista y del nacionalismo -ingredientes del populismo- que terminarían en regímenes autoritarios criminales como el nacionalsocialismo donde, tal como sucede en la actualidad, el verdadero peligro no es el capitalismo, ni el socialismo, ni el comunismo sino el fenómeno sociológico expandido del odio, el rencor y la aversión asesina al otro que mantiene a la gente en un estado preconcebido y deliberado de zozobra e incertidumbre.
Los líderes populistas acostumbran a utilizar teorías conspirativas que simplifican la realidad polarizando a la población entre “buenos y malos”, promoviendo políticas de estado que generan desconfianza en las instituciones, así como antagonismos políticos y acciones que justifican el deterioro del estado de derecho y la desprotección a personas y grupos minoritarios en nombre de “la decisión del pueblo”.
Igual a la degradación del cuerpo, el deterioro de las sociedades comienza de manera imperceptible y cuando se nota la enfermedad suele estar avanzada. Spengler y Arnold Toynbee advirtieron que las civilizaciones pueden no desaparecer, pero sí producir un estancamiento y deterioro progresivo que se deriva de perder el sentido y los valores. En suma, de esta manera es como el populismo suele “recuperar el poder para el pueblo”.