Son tiempos donde casi siempre andamos solos, tiempos en que hemos normalizado la violencia, y no es solo esa absurda que desde hace más de treinta días arroja bombas sobre ciudades y seres humanos en Ucrania para construir el simulacro de paz que propone el más fuerte. El verdugo espera decidir cuál vida le permitirá vivir al inocente para no apretar el botón del exterminio..
En días de todos contra todos, la hicimos paisaje, anécdota y mercancía cotidiana. Me refiero también a la violencia del humor ramplón, aquella que acude al defecto físico o la enfermedad para construir su burla, a la del que se escuda en el chiste para humillar al otro a través de formas de violencia verbal, psicológica y emocional. Esa, como casi todas las bromas, se sabe cómo empieza, pero nunca cómo y dónde termina, pues al violentar la fragilidad emocional del otro desconocemos su desenlace. El problema no está en señalar culpables en una bofetada, está en cada uno de los símbolos que subyacen en el gesto, en el festejo y en la perdurabilidad de tantas situaciones como esa.
94 víctimas en 28 masacres o el asesinato de los 6 jóvenes gais en lo que va del año son el resultado de estos días egoístas y mezquinos en los que estigmatizar, señalar, censurar y matonear al otro, por pensar distinto o por estar en desacuerdo, es también un modelo que violenta libertades de expresión y derechos fundamentales que son patrimonio de todos. Discriminación, xenofobia y racismo son herramientas de un lenguaje que se ha insertado en la boca de muchos y que, vía redes, recorre nuestra realidad como si fuese campo seco, listo para arder. El otro se ha convertido en objeto de nuestro señalamiento en la medida en que es útil para nuestros fines. Descalifico, luego existo. Al denigrar me reafirmo.
En días de sordera colectiva tampoco es menos violento el que se erige en adalid de la moral y señala con el dedo inquisidor a quienes están detrás de los demás o el que convierte un escenario de resiliencia y dolor, como la comuna trece, en el teatro para escenificar su campaña y pasearse triunfante sobre el dolor de los familiares de cientos de desaparecidos sin un mínimo gesto de empatía. Eso también es violencia.
Revisemos palabra, gesto y acción. Son tiempos grises