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Con esas cartas jugaban los terroristas de Hamás cuando el 7 de octubre de 2023 entraron a sangre y fuego en Israel.
Por Humberto Montero - hmontero@larazon.es
Todos conocemos la ley del Talión. El “ojo por ojo, diente por diente” que aparece primero en el Código de Hammurabi y luego en el Antiguo Testamento. Es una de las máximas que se atribuyen al judaísmo y, en realidad, es un intento por limitar la venganza desmedida por una contenida. La hebraica ley del Talión, establecida a mediados del siglo V antes de Cristo en la tabla octava de las XII Tablas, deja constancia de penas sustitutorias, menos crueles y más civilizadas, como la compensación económica.
No me quiero poner leguleyo, pero todas las legislaciones penales recogen este principio de que el castigo debe ser “proporcional” al daño causado. Por resumir, en el siglo II el abogado y escritor de las “Noches Áticas”, Aulo Gelio, destaca que esta norma no suponía la reproducción exacta de la ofensa o lesión inferida.
Sin embargo, vayamos al lío, en Israel son más estrictos con la aplicación de este concepto. En definitiva, después de sufrir el Holocausto, Israel se funda sobre esa rigurosidad para poder sobrevivir rodeado de vecinos que no querían ni verlos.
Así ha sido desde entonces, y a eso es a lo que deben atenerse quienes atacan a Israel, con una potencia de fuego capaz de borrar del mapa no a Gaza o Cisjordania, sino a más de un país europeo.
Vaya por delante que no tengo mayor o menor simpatía por los judíos que por los palestinos, se lo aseguro. Por eso, ante la campaña antisemita que se cuece es hora de poner las cosas en su sitio.
Que la respuesta israelí está siendo desproporcionada ya lo sabíamos. Siempre lo es. Con esas cartas jugaban los terroristas de Hamás cuando el 7 de octubre de 2023 entraron a sangre y fuego en Israel. Recordemos que los terroristas llegaron a los kibutz y se encontraron con un festival de música electrónica. 1.189 personas fueron asesinadas y 251 fueron tomadas como rehenes, entre ellos 30 niños, y trasladadas a Gaza, donde aún quedan 58 rehenes, si es que todos ellos están vivos.
Las informaciones de la Sanidad gazatí, por su parte, hablan de 54.000 muertos, pero poco podemos fiarnos de un territorio controlado por terroristas que ponen a escarbar comida de la basura a una señora y un niño bien nutridos para que den la vuelta al mundo tras ser cuidadosamente grabadas.
Un territorio donde rige la ley del silencio, como ha denunciado Amnistía Internacional ayer mismo, al asegurar que los servicios secretos de Hamás han perseguido y torturado a decenas de manifestantes gazatíes de los miles que protestan con igual intensidad contra Israel y contra la propia Hamás.
Recordemos también que justo antes del ataque al festival ese fatídico 7 de octubre de 2023, la situación en la región se había destensado hasta el extremo de que el príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salman, y el premier israelí, Benjamín Netanyahu, anunciaban avances notables para sellar “un acuerdo de paz histórico” que “transformará Oriente Medio”. Netanyahu hablaba entonces de un acuerdo que llevaría a otros estados árabes a “normalizar las relaciones con Israel” y de “mejoras en las perspectivas de paz con los palestinos”.
Pero como Irán no podía permitirlo, puso a los suyos a trabajar. Esa es la realidad. Con Hamás y los ayatolás en Irán nunca habrá paz en el mundo.