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Por Jimmy Bedoya-Ramírez - @CrJBedoya
Una adolescente scrollea sin descanso en su celular mientras conversa con un desconocido que le promete fama en redes. Un pequeño empresario recibe un correo que parece de su banco, pero al hacer clic, su cuenta queda vacía. Un médico intenta acceder a la historia clínica de un paciente y se encuentra con sus sistemas encriptados por un ransomware. Estas escenas no son parte de una serie distópica: ocurren todos los días, en cada lugar donde un equipo esté conectado a la web, y, sin embargo, seguimos ignorándolas u obviándolas, que es aún peor.
El informe Digital 2025 para Colombia de “Global Digital Reports” presenta cifras impresionantes sobre la conectividad en el país: 41 millones de usuarios de internet, 36,8 millones de identidades activas en redes sociales y más de 78 millones de conexiones móviles. Somos, sin duda, una nación hiperconectada. Aun así, ese enlazamiento digital no está acompañado de una conciencia equivalente sobre los riesgos de ese entorno. Lo que parecía una autopista hacia el desarrollo, también se ha convertido en un campo minado de amenazas invisibles.
Durante el último año, el país fue el objetivo de más de 36 mil millones de intentos de ciberataques. Solo en 2024, aquí se concentraron el 17% de todos los ataques cibernéticos registrados en América Latina, según Fortinet. No se trata solo de estadísticas, detrás de cada intento fallido hay un sistema que resistió, pero también detrás de cada ataque exitoso hay un usuario que perdió. El sector salud fue el más golpeado, esto es alarmante porque hoy para acceder a tratamientos, diagnósticos o vacunas dependemos de la seguridad de los datos clínicos.
El panorama se complica cuando agregamos otro ingrediente: la inteligencia artificial. En 2025, más del 50 % de los ciberataques en Colombia ya muestran signos de haber sido diseñados con IA generativa —según el más reciente informe de ciberseguridad de ManageEngine LATAM—. Ataques más personalizados, difíciles de detectar, adaptativos. ¿Cómo enfrentarse a un enemigo que no duerme, que aprende y que se mimetiza con nuestra cotidianidad digital?, y lo más grave: ¿cómo hacerlo si el 68 % de las brechas de seguridad, tal como advierte el mismo informe, aún ocurren por errores humanos?
No podemos seguir reaccionando con parches técnicos a un problema que es, ante todo, cultural. La ciberseguridad va más allá de un asunto de firewalls y antivirus: es una responsabilidad compartida que comienza en la escuela, continúa en la familia, se fortalece en las empresas y se debe liderar desde los entes estatales. Así como aprendimos a mirar a ambos lados de la calle antes de cruzar, debemos aprender a identificar enlaces sospechosos, proteger nuestras contraseñas, y desconfiar de ofertas milagrosas.
Desestimar la complejidad de esta guerra silenciosa deja sin protección a los millones de usuarios nacionales de la red. Sin una política pública integral de ciberseguridad ciudadana que no se limite a los sistemas críticos del Estado, sino que incluya también al ciudadano común, blanco principal de delitos como la suplantación de identidad, el fraude digital o el acoso en línea, seremos una sociedad en alto riesgo permanente. Necesitamos unidades especializadas, protocolos de atención accesibles, inversión en tecnologías predictivas y, sobre todo, voluntad política.
Como advierte Bruce Schneier, uno de los más reconocidos expertos globales en seguridad digital, “la seguridad no es un producto, sino un proceso”, y ese proceso en nuestro caso debe comenzar ya. Si dejamos que la ilusión de la conectividad nos anestesie, corremos el riesgo de construir una sociedad digital brillante... y trágicamente indefensa. El futuro digital del país está en vilo ahora y exige un liderazgo valiente, informado y decidido.