Dios es amor, y por ser amor, sale de sí mismo a crear criaturas de amor. La piedra, el árbol, el pájaro, y más aún, el hombre, somos criaturas de amor. Todos tenemos por tanto vocación mística, pues el distintivo de la mística es el amor, cuyo horizonte va del uno al infinito.
Cada ser ama a su modo. La piedra ama como piedra, el árbol como árbol, el pájaro como pájaro, el hombre como hombre y Dios como Dios. Si amor es unidad de dos, amor y unidad van de la mano. Comprensión, acogida, generosidad, solidaridad, fraternidad son distintivos del amor, de la unidad.
Jesús, el místico de los místicos, sintetiza así su vocación mística: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30). Y pide lo mismo para todos. “Cómo tú, Padre, en mí y yo en ti, que también...