Conviene darles carta de ciudadanía a los sueños nocturnos. Legitimar su presencia durante una tercera parte de la vida de todos. No importa si al día siguiente no se recuerdan. Existen, provienen de alguna región oculta, han de engendrar plumazos importantes de la personalidad.
Ocho horas horizontales, brumosas, en que yacemos como estatuas de movimientos robóticos. Nadie nos vigila en esas penumbras, ningún organismo de inteligencia es capaz de inmiscuirse en esas noches de la conciencia. Los aparatos inventados fracasan, los sicoanalistas apenas barruntan.
Es el lapso de la libertad plena. Ni siquiera los protagonistas del sueño son dueños de sus propios sueños. Cuando toma el timón el inconsciente, es una persona desconocida la que produce...