La vida es el revoloteo de una gaviota sobre el piélago, un atardecer fugaz; es una sonrisa o una caricia a hurtadillas; un amanecer, un adiós, un corcel fugitivo en la noche, un lecho de rosas, un arcoíris plantado en la tarde o un beso insinuado. Ella hace que el ser humano se inunde de desiertos y verdes estepas, ame el canto de los pájaros y corra como un cohete moribundo en pos de los hechizos; nada lo detiene cuando inicia el postremo viaje, ni siquiera una chicharra somnolienta o el sonido del hacha del leñador en el bosque.
La vida se derrama, gota a gota, como el agua en el acantilado y se marcha como una nube pasajera; ella es un concierto de nacimientos y de adioses, de lunas y de soles florentinos. Nace cuando las bombillas de colores...