Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
La enseñanza de la literatura en este país ha sido desvirtuada por un erróneo estilo centralista, que ha solido desdeñar las obras escritas en las regiones para maximizar la lectura de las que han salido en la capital.
Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co
La amnesia histórica y literaria ha venido devorando en un siglo la máxima novela colombiana, la obra que José Eustasio Rivera publicó en 1924 como denuncia tremenda de la violencia y la explotación de los seres humanos en las profundidades de la selva amazónica. El relato de los amores febriles de Arturo Cova y Alicia le infunde humanidad, ternura y suspenso al libro que hoy en día yace en las estanterías y que en este año nuevo los lectores empedernidos y los normales podemos comprometernos a salvar del olvido como el testimonio literario monumental de protesta y denuncia del neocolonialismo y el envilecimiento de la condición humana.
La enseñanza de la literatura en este país ha sido desvirtuada por un erróneo estilo centralista, que ha solido desdeñar las obras escritas en las regiones para maximizar la lectura de las que han salido en la capital. Así, por ejemplo, recuerdo que en la primaria me dijeron que la mejor novela colombiana era El Moro, de José Manuel Marroquín, por las cautivantes descripciones de la sabana y la leyenda del personaje, el caballo coleador y cuatralbo, es decir que tenía blancas las cuatro patas. Claro que es entretenida pero vacía, floja y bobalicona. Y María, de Isaacs, la historia que alentó los amores tempranos de nuestra primera adolescencia, claro que ha sido magistral. De Carrasquilla hemos leído y sabido con detalles sobre todo en Antioquia, porque en el centro de la vida nacional se le ha descatalogado como un viejito montañero y costumbrista. Sabíamos mucho más de Rivera por su preciosa colección de 55 sonetos en Tierra de promisión. La vorágine podía escandalizarnos por la crudeza, el realismo social, el señalamiento de los abusos terribles contra nativos y colonos caucheros y por eso “mejor la trataremos en una próxima clase”. Fue mi padre y profesor de literatura sin prejuicios ni censuras quien me indujo a conocer en su inmensa biblioteca al poeta huilense de cuya novela estamos empezando a celebrar ahora el centenario.
José Eustasio Rivera había nacido en 1888 en San Mateo, después Rivera en su nombre, y murió muy joven en Nueva York en 1928. Se le recuerda como el personaje representativo de la cultura del Huila. La vorágine es el gran compendio de las denuncias que lanzó desde muchos escritos y ha sido nombrada como la novela colombiana más importante. Para darles la razón a los numerosos y respetables críticos que han emitido sus juicios sobre esta obra esencial para conocer mejor el país, este ha de ser el año en que sea oportuno y saludable hacer la tarea de leerla o releerla. Es un modo eficiente de formar una conciencia histórica genuina, una memoria completa del discurrir de la nación colombiana con sus luces y sombras. Y de aportar, desde el punto de vista de cada lector, al estudio consciente de la literatura nacional, para que la antigua endemia tropical del olvido no acabe devorándola.