Han seguido agitando el turbulento panorama del posparo, en el que el vandalismo no da tregua, dos dirigentes del posparto de la izquierda colombiana. La alcaldesa de Bogotá, Claudia López y Gustavo Petro, su antiguo camarada y socio de aventuras políticas. Claudia le censura a su viejo compadre su apuesta de jugar a la radicalización para llevar a Colombia a la confrontación y al caos. Le pide, esta pirómana verbal de profesión, que no incendie más el país. Le hizo coro la excandidata presidencial, Íngrid Betancur, quien sindicó a Petro de dividir a Colombia entre pobres y ricos. Un maniqueísmo muy usado por aquellos demagogos que agitan la lucha de clases marxista como elemento disociador de una sociedad tan vulnerable y manipulable como la colombiana. Aquel acusaba a su antigua comadre de calumniarlo. Tan pintoresca bullaranga es una nueva versión de la comedia shakesperiana Las alegres Comadres de Windsor, interpretada por estos dos histriónicos de rancia estirpe del sainete populista.
Mientras estos se sacaban los trapitos al sol, y las encuestas de opinión dejaban al país político sumido en el desprestigio, el Banco Mundial revelaba que el año pasado la pandemia sacó a cerca de cinco millones de latinoamericanos del rango de clase media para lanzarlos a la pobreza. Estragos que seguramente serán más agudos cuando culmine este 2021, dado el aumento de muertes y perjuicios que en la vida y en la economía ha causado y seguirá causando con más furor la cuarta ola de la terrible plaga. Tantas desigualdades exacerbarán y estimularán los movimientos sociales de reivindicación, la mayoría de sus protestas, condimentadas con vandalismo.
Argentina fue el país que más duro experimentó el año pasado los efectos contraproducentes de la pandemia. Su clase media pasó del 51 % al 41 %. Luego Bolivia y Chile. Colombia ocupó el cuarto lugar en degradación social, al descender 7 puntos entre lo que tenía de clase media en el 2019 con el que registró en el 2020. Seguramente este 2021 será más duro en Colombia, país en donde se ha desbordado la pandemia aupada por la irresponsabilidad de grupos de huelguistas que dejaron a un lado las medidas de bioseguridad, para desafiar la salud, la que en clínicas y hospitales colapsó y desbordó la capacidad profesional de médicos y enfermeras.
El país prepara una reforma tributaria para presentarla a partir del 20 de julio ante el Congreso. Los empresarios han manifestado que están dispuestos a pagarla para que no toquen las clases más vulnerables, las populares y las medias, hoy empobrecidas por las inequidades económicas, el salvajismo urbano y el desquite de la naturaleza contra el hombre depredador. Y se podía complementar este esfuerzo del gran contribuyente para financiar la tributaria, con la petición que hizo Íngrid Betancur ante sus captores de las Farc en la Comisión de la Verdad: “que saquen su botín de guerra, amasado y acumulado a través del negocio del narcotráfico, para reparar a las víctimas”. Que pongan y devuelvan parte de lo mucho que ganaron en su larga guerra contra el Estado y la sociedad colombiana