Lloramos menos de lo debido, apenas algo cuando tanto conmueve; a veces, ni siquiera eso, solo un simple escalofrío o una emoción contenida. A todos nos dijeron que debíamos ser fuertes; a los hombres, mucho más. A millones los increparon: “los chicos no lloran, tienen que pelear”.
Hay temporadas en que las situaciones te cercan, de repente miras tus mañanas y es como si en cada una de ellas te prepararas para decir adiós.
Recibo por WhatsApp la foto del amigo que espera y acompaña en silencio la partida de su perro, con quien ha vivido los últimos trece años; lo derrotaron la edad y la enfermedad, pero el amor lo esparció por todo el barrio. El chat me anuncia que el último de los hermanos de mi padre dejó de estar y con él se fueron todos los que significaron Posada para muchos. Veo en redes la foto de las manos de la madre de mis amigos que, rodeada por todos, va convirtiéndose en luz a lo largo de los días. Es de noche y estoy en la mesa de ese bar. Mientras escuchamos un tango, la chica que conversa conmigo desata de repente por sus ojos una lluvia de desazón y angustias. Leo el obituario que me dice a través de la prensa que la hermana de mi amiga se ha ido, sucumbió ante esa enfermedad que va haciendo que uno olvide todo, hasta vivir. Veo los libros con imágenes del conflicto y de las miles de víctimas y me estremezco. También llora el cielo.
Lloramos o dejamos de hacerlo, pero ese sabor salobre de las lágrimas está siempre ahí, presto a desatarse. Probablemente porque sentimos y tenemos miedo, nacemos con la cualidad de llorar, y es el llanto nuestro primera manifestación de alarma ante el hambre, el dolor o la necesidad de ayuda. Ante la ausencia de lenguaje, lloramos: en un momento de la vida en que somos absolutamente dependientes, el llanto se convierte en el “cordón umbilical acústico” que nos conecta con el mundo, después lo transformamos en batería de sentimientos.
Las tablillas que narran la noticia de la muerte del dios Baal a manos de su hermana y amante Anat mencionan por primera vez las lágrimas en el siglo XIV antes de Cristo. Para la mitología egipcia, romana y griega, era claro el vínculo entre lágrimas y emociones.
Leo en El Tiempo un informe que dice: “la composición de las lágrimas cambia según la causa por la que se llora [...] hormonas, proteínas, minerales y otras sustancias se hacen presentes dependiendo de los estímulos que las provoquen”. Agrega el doctor Lornardo Palacio, médico neurólogo: “las lágrimas emocionales contienen más proteínas y por eso duran más tiempo pegadas en la piel, lo que provoca una respuesta de empatía”. Eso empieza a descubrir la ciencia. Un amigo publica una imagen: “el líquido más caro del mundo es una lágrima. Es 1 % agua y 99 % sentimientos”. Llore .