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Lo que duele no siempre es lo que duele

Ahora miro atrás y lo veo todo con claridad. A mí no me dolía la espalda sino mi vida familiar, amorosa y laboral de ese momento. No me dolía el coxis sino los años de silencio, no me dolía el cuello sino el miedo de ahogarme en mi propia inseguridad.

29 de octubre de 2023
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  • Lo que duele no siempre es lo que duele

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Al otro día de cumplir veintidós años recuerdo que comenzó a dolerme la espalda sin ninguna causa aparente. Los episodios no cesaban de repetirse y la gente a mi alrededor opinaba que estaba somatizando, que tenía que dejar de vivir tan preocupada por todo. «Tienes que respirar y relajarte», decían, como si respirar y relajarse consistiera nada más que en pararse frente a una ventana a inhalar y exhalar aire; como si uno pudiera ordenarle al cuerpo que dejara de somatizar y el cuerpo obedeciera. Pensar que apenas unos meses atrás era capaz de dar un salto mortal hacía que no parara de llorar. El fisiatra diagnosticó un disco desplazado y, en vez de abrir la espalda con un bisturí para reacomodarlo, recomendó una solución tan sencilla, tan dolorosa y con resultados tan a largo plazo que de haberla sabido antes habría llorado un poco más. La solución era esperar. Esperar a que el disco rozara el nervio las veces suficientes para que se formara un callo. Dejé mi familia, mi novio, mi trabajo y me fui sola a «esperar» a otro país, un año después, regresé aliviada.

Cuando comencé a escribir Cómo maté a mi padre el coxis empezó a dolerme y pensé que era porque pasaba mucho tiempo sentada, al fondo, oía a mi profesora de yoga diciendo, clase tras clase, que las emociones no expresadas se acumulan en la cadera. Apenas se publicó la historia y tuve que hablar abiertamente sobre ella se me quitó el dolor. Me pasó algo similar con mi última novela, escribirla fue como nadar en un lago turbio durante tres años en los cuales tuve que mantener la cabeza alzada todo el tiempo para no tragar agua, no es raro que empezara a dolerme el cuello. Al final entregué el manuscrito a mi editora, no porque sintiera que ya estaba terminado, (una novela nunca se termina) sino porque no podía ni girar la cabeza. Lo recuerdo bien, fue cuestión de enviarle el mail con un asunto que decía: «manuscrito jaguar versión final» y un segundo después ya no sentía dolor. Ni el quiropráctico me había curado tan rápido y eso que me sacó de apuros muchas veces. Ahora que batallo con un nuevo proyecto literario me estoy peleando con mi hombro izquierdo. No sé de dónde salió este dolor ni como se generó, pero algo me dice que me va acompañar un buen tiempo porque el proyecto nuevo pesa y alguien tiene que cargarlo, por cierto, soy zurda.

Ahora miro atrás y lo veo todo con claridad. A mí no me dolía la espalda sino mi vida familiar, amorosa y laboral de ese momento. No me dolía el coxis sino los años de silencio, no me dolía el cuello sino el miedo de ahogarme en mi propia inseguridad, hoy entiendo un poco más las protestas de mi hombro. He aquí mi aprendizaje: lo que duele no siempre es lo que duele, en ocasiones el dolor físico es reflejo de algo más hondo. Unas veces basta con ir al médico, otras es cuestión de soltar: la familia, las relaciones, los trabajos, las novelas y, tal y como recomendó el fisiatra, sentarse a esperar a que se vaya lo que se tenga que ir o a que se forme un callo y deje de doler.

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