De pequeño uno era capaz de creer en cualquier cosa. Una estrella fugaz, una bruja, una luciérnaga, el cambio de la marea, un faro, una estrella de mar, lo mismo daba si venía de la naturaleza o era una creación del hombre, una leyenda, un invento, un momento literario de gran envergadura, como cuando esperabas casi sonámbulo a que vinieran los Reyes Magos o el Hada de los Dientes.
Los padres tenían un poder inexpugnable. No había obstáculo, eran la última la palabra, la capa de invisibilidad. En ellos encontraba una gran enciclopedia, un libro de cuentos, una caja de música y de Pandora, que lo mismo sacaba una explosión de rabia hecha momento de disciplina y consecuencia de un error, que un abrazo inesperado, una sorpresa, un regalo.
En la...