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Más que buenas intenciones

La unidad que Colombia necesita no puede basarse en imponer una visión única. Las coaliciones que nacen desde la homogeneidad forzada están condenadas a fracasar.

hace 6 horas
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  • Más que buenas intenciones

Por María Bibiana Botero Carrera - @mariabbotero

Mientras la izquierda avanza clara y unificada —candidato definido, narrativa instalada y un Frente Amplio que busca sumar más fuerzas progresistas —, el panorama del centro-derecha y la derecha es cada vez más confuso. El oficialismo se siente sólido, con la autoestima alta después de la última encuesta, seguro y confiado de su camino al triunfo. Hablando fuerte, proponiendo alianzas y moviéndose con disciplina. Sabedores, además, que ningún escándalo los ha tocado y que, por el contrario, varios les han servido para encender ese fervor nacionalista tan útil en temporada electoral.

La oposición, por su lado, repite una promesa que ya perdió credibilidad: “nos vamos a unir”. Pero no hay claridad de cómo, ni bajo qué liderazgo, ni alrededor de qué proyecto. Abundan las declaraciones de buena voluntad y sobran las reuniones discretas. Ingenuo es creer que una coalición se arma a punta de buenas intenciones, afectos o generosidad: se construye con reglas, mecanismos que obliguen a decidir, a ceder, acuerdos sobre lo fundamental.

Minuto a minuto esa eventual unidad se sabotea a sí misma. Las descalificaciones, los ataques personales y los choques de ego hacen imposible tender puentes entre quienes, en teoría, deberían estar construyendo una alternativa y no hundiéndose mutuamente.

A ello se suma un telón de fondo complejo. Según Invamer, los partidos políticos son hoy la institución con menor favorabilidad del país – 28% —. Difícil consolidar una opción de poder cuando la ciudadanía desconfía de quienes deberían representarla. Sin partidos fuertes, la política termina secuestrada por personalismos peligrosos y por improvisaciones costosas. Paradójicamente, es precisamente ahora cuando Colombia necesitaría una oposición seria, articulada y capaz de ofrecer un proyecto distinto y creíble.

Además, el contexto no espera. En 2026 el país se juega su modelo social, económico y político. Lo hará en medio de un mundo incierto y en una democracia obligada a competir en un ecosistema digital que no la protege, sino que la expone. No es una elección más. Es un punto de quiebre.

La ciudadanía lo percibe. Está más vigilante, más informada, más involucrada. Ha ganado voz, pero pierde esperanza al ver que sus líderes no avanzan. Exige algo distinto. Y no lo encuentra.

La unidad que Colombia necesita no puede basarse en imponer una visión única. Las coaliciones que nacen desde la homogeneidad forzada están condenadas a fracasar. La verdadera amplitud consiste en aceptar diferencias, convivir con ellas y convertirlas en fortaleza. Reconocer consensos en lo esencial entre fuerzas diversas que compiten, sí, pero que también pueden cooperar cuando el país lo exige.

Y hoy lo exige. El oficialismo ya entendió lo que está en juego en 2026. La oposición pareciera que aún no. Colombia necesita alternativas, ideas, liderazgo serio. Un espacio real de articulación: una mesa de concertación que reúna a partidos de oposición, sector privado, sociedad civil y expresidentes. Un lugar donde se produzca un acuerdo real, no retórico.

Para enfrentar lo que viene, Colombia necesita mucho más que buenas intenciones.

Sin ese mínimo institucional, todo lo demás seguirá siendo espuma... y humo.

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