Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Nuestro fracaso como sociedad es habernos dejado convencer de que lo comprado solucionará nuestros problemas pese a comprobar, objeto tras objeto, que las cosas realmente importantes no las venden en ninguna parte.
Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
Tengo claro el momento exacto en que me volví una compradora compulsiva de buzos. Me había ido a Madrid a estudiar y alquilé un apartamento diminuto y barato, de hecho, sospechosamente barato para lo bonito que era. En el primer invierno confirmé dónde estaba la trampa: el apartamento era helado y no tenía calefacción. En mi vida jamás había aguantado tanto frío como en los dos inviernos que tuve que pasar en él y, como consecuencia de ello, mi plan de escape y supervivencia consistía en meterme en El corte inglés para calentarme y, de paso, comprar buzos. En cada salida compraba alguno, aun sabiendo que no resolvería mi problema, era imposible usarlos todos al mismo tiempo. A la hora de devolverme para Medellín me di cuenta de que no me cabían en la maleta, así que fui a una oficina de caridad y los doné.
Ahora mismo ando en una fase de comprar libretas y lapiceros, me conozco bien, sé que la compulsión se genera cada vez que empiezo un nuevo proyecto literario, como si por tener más libretas fuera a tener más ideas para llenarlas. Me pasa lo mismo con los tenis y los inciensos, pienso que cada nuevo par me va a hacer llegar más lejos y que cada varita de sándalo me va a brindar tranquilidad. Conozco a alguien a quien le pasa algo parecido: es adicto al trabajo, extremadamente puntual y no puede parar de coleccionar relojes. Una vez le sugerí que, al menos, luciera uno en cada mano para que se justificara la inversión, pero me dijo que esa excentricidad sólo le quedaba bien a Maradona, a Fidel Castro y al príncipe Guillermo, él se conformaba con usar sólo un reloj en la mano derecha y admirar los demás en la caja fuerte. Una amiga soltera perdió a ambos padres cuando apenas era una niña y, con la fortuna que heredó, se ha dedicado a comprar casas. No me atrevo a decirle que una casa no es lo mismo que un hogar.
Nuestro fracaso como sociedad es habernos dejado convencer de que lo comprado solucionará nuestros problemas pese a comprobar, objeto tras objeto, que las cosas realmente importantes no las venden en ninguna parte. Se puede tener cuatro casas pero no saber lo que es un hogar. O acumular relojes sin llegar jamás a controlar el tiempo ni tampoco a adquirir las horas faltantes para producir más dinero y comprar, a su vez, más relojes. Yo, por mi parte, estoy llena de tenis pero rara vez salgo de casa y no uso ninguna de las libretas que he comprado, de hecho, evito escribir a mano porque ni siquiera entiendo mi propia letra. Una de las razones por las cuales siempre vuelvo a Medellín es por la calidez del clima y de la gente, he vivido el suficiente tiempo por fuera para saber que el calor que necesito no voy a tenerlo ni comprando todos los buzos del mundo. La tranquilidad tampoco. Creo que nuestras compras más absurdas y recurrentes revelan nuestras más grandes carencias emocionales, el reto es llegar a suplirlas sin gastar ni un peso porque está comprobado, nadie vende lo que necesitamos.