Pico y Placa Medellín
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Por Natalia Zuluaga Rivera - nataliaprocentro@gmail.com
“Te deseo música para que te ayude con las cargas de la vida y para ayudarte a liberar tu felicidad a los demás”. Beethoven
Hace unas semanas, se vivió un momento histórico para el Ballet en Medellín. Por primera vez en la ciudad, se presentó la obra de ballet más representada del mundo: El lago de los Cisnes. Se abre el telón del Teatro Metropolitano para ver bailarines locales y música de Tchaikovsky en vivo con la orquesta Filarmed, dirigida por Daniel Rueda Blanco.
Como amante del ballet y de esta obra clásica escrita por Vladímir Petróvichy, sabía que tenía que estar ahí en primera fila, lo que no sabía era que las entradas se agotarían tan rápido. Tuvo tanto acogida que abrieron una segunda función, que también se agotó a unas pocas horas de publicada la venta.
Parecía increíble que esto estuviera ocurriendo en una ciudad como Medellín, donde hace 20 años el ballet clásico era una danza desconocida para la gran mayoría de habitantes; el ballet no significaba un acto cultural de mayor importancia y afluencia en Medellín, pero la venta de boletería indicaba que la cultura del ballet en la ciudad estaba dando un giro inesperado.
Pude conseguir una entrada, me senté sola en la última silla de la luneta central un poco lejos para mi gusto y miopía, luego llegó mi amigo Oswaldo; estábamos en un teatro totalmente lleno con amantes del ballet y la música clásica, lo que me permitía confirmar que lo clásico estaría vigente siempre.
Con un elenco de 90 artistas entre músicos y bailarines del Ballet Metropolitano de Medellín, participaron tres bailarines invitados: un bailarín del Ballet Dominicano, y dos bailarinas de la academia Musicreando. Ahí en el cuerpo de baile, se encontraban: Paz Montoya y Martina Hoyos, una joven de 17 años, seleccionada para bailar en dos de los actos más importantes del Lago de los Cisnes.
No hizo ningún solo, ni bailó como principal en algún acto, pero su papel allí marcaba una diferencia, Martina se encontraba bailando en puntas, en medio del violín que tocaba su padre, quien le marcaba el tempo para su próximo “soutenu” un movimiento sostenido o suspendido usual en la escena. Detrás en el escenario estaba David Hoyos, violinista de la filarmónica hace 39 años y quien fuere primer violín por más de 30 en la orquesta.
Padre e hija en un mismo escenario, el violinista y la bailarina, juntos sin poder mirarse, sin tener contacto visual para contemplarse; para Martina, el sonido del violín fue suficiente para saber que el tempo que marcaba su próximo “relevé”, lo estaba dando su padre en el violín. El violinista, no encontró espacio para ver bailar a su hija, pues el Lago de los Cisnes de Tchaikovsky tiene una particularidad: los violines tocan dos horas seguidas sin parar y sus ojos estaban puestos en la partitura y en la batuta del director.
David, quien también es profesor de violín en la Academia Musicreando, me decía: temo que esto desaparezca. Yo le dije: por más reguetón que haya, no creo que desaparezca. Mientras existan bailarinas de ballet, habrá música clásica en vivo y teatros llenos. Mientras haya zarzuelas y operas, ahí estaremos en el teatro, los amantes de la música clásica.