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Opinar sin opinar

Escribir obliga a depurar el discurso, a añadir estrictamente lo esencial para que la historia funcione. No se trata de sumar palabras, sino de elegir las necesarias.

22 de octubre de 2023
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  • Opinar sin opinar

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Voy a ajustar tres semanas de aislamiento en la cabañita que alquilé para avanzar la novela. No tengo wifi y las dos rayitas de señal que a veces agarro me han facilitado la desconexión. Al principio me recordaba a mí misma que no debía revisar tanto el teléfono, ahora el esfuerzo es por hacerlo una vez al día, al menos para avisar que no me he ahogado ni en mis páginas ni en el embalse sobre el que flota la cabaña. Podría decir que he sumado folios, pero a la hora de la verdad, son más los que he borrado y eso está bien: escribir obliga a depurar el discurso, a añadir estrictamente lo esencial para que la historia funcione. No se trata de sumar palabras, sino de elegir las necesarias. Comprendo que debo acallar las demás, aunque sumar páginas resulte una idea tentadora, en especial, si dispuse de un mes entero de mi vida solo para eso.

Lo anterior me ha hecho entender la necesidad del silencio: no hay otra manera de distinguir lo relevante de lo ordinario, lo válido de lo fútil. Aplica para los textos, para las redes y para la vida misma. Bienvenidas las opiniones forjadas por el estudio, la lectura y la experiencia. Aunque no parezca yo también estoy hablando de guerra. Los seres humanos, por lo general, nos demoramos en entender que lo que no suma, resta, aun así, todavía es posible encontrar personas que pasan por la vida sin llegar jamás a darse cuenta de que, con sus opiniones o sin ellas, el mundo va a seguir girando. No tenemos la obligación de saber todo, de entender todo, de interesarnos por todo, lo único a lo que deberíamos obligarnos es a cerrar la boca antes de opinar sobre aquello que desconocemos. Quedarse callado no significa no tener opiniones, significa saber cuándo es relevante expresarlas. A veces, el silencio es un discurso en sí mismo.

¿Cuándo se volvió obligatorio opinar? Es fácil echarle la culpa a las redes sociales, pero ellas son el síntoma de un mal mayor, ellas tan sólo amplifican la enfermedad. Estamos aturdidos, enfermos de ruido, tenemos tanta bulla alrededor estallándonos la cabeza que comenzamos a ver el silencio como una amenaza, un enemigo a combatir. Nos da miedo rodearnos de silencio y nos da miedo quedarnos callados.

Una tarde revisé mi teléfono y me enganché en la lectura de varios hilos que contenían opiniones violentas sobre la guerra y respuestas aún más violentas sobre las opiniones. Salí a navegar. El agua estaba tan quieta que el cielo se miraba en ella. Batía el remo con pena, como si al hacerlo, estuviera rompiendo un hechizo. La noche caía y, salvo el canto de los grillos, no se oía nada más. Quería gritar pero no me sentía con derecho a quebrar la quietud y el silencio de ese instante. Pensé que llevaba varios días sin oír mi propia voz y que podía continuar otros más de la misma manera. Hace tiempo renuncié a gritar. No me interesa convencer a nadie. Desconfío de las verdades reveladas, aquellas que se reciben sin cuestionar. Entendí que, a veces, el mundo arde y lo único que podemos hacer es sentarnos en silencio a mirarlo, sabiendo que nuestro ruido y nuestra rabia son las razones que nos han llevado hasta allá.

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