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Alberto Velásquez Martínez
Columnista

Alberto Velásquez Martínez

Publicado

Prácticas abominables

Por Alberto Velásquez M.

redaccion@elcolombiano.com.co

Si hay ingenuos que dudaban del tamaño de los horrores cometidos por las Farc, al fin se convencerán de la realidad de sus actos criminales al leer el informe de la JEP. Y se horrorizarán aún más, si repasan los relatos escabrosos, narrados ante ese organismo por la excandidata presidencial Íngrid Betancur y el general Mendieta, secuestrados, torturados y humillados por órdenes de los comandantes de ese grupo subversivo. Concluirán que la maldad no tuvo límites y que otra vez la realidad superó a la ficción.

La JEP apenas logró contabilizar 21.396 secuestros. Son más las víctimas que no pudo determinar, como en su informe lo reconoce. Era una acción criminal delirante con la cual, “se privaba indiscriminadamente de la libertad en la búsqueda de dinero para financiar la organización armada, el asesinato y la desaparición forzada como la consecuencia de la falta de pago por el rescate”. El siniestro negocio se animaba con las llamadas pescas milagrosas y el fomento de la compra de víctimas a las redes criminales, sus proveedores en ese punible ayuntamiento.

En el expediente armado por la JEP –organismo que debe reivindicarse frente a las dudas que hay sobre su imparcialidad– se recuerda la práctica de usar cadenas para inmovilizar a las víctimas del plagio. Señala que “ellas eran sometidas a largas y forzadas caminadas sin tener en cuenta su vulnerabilidad”. A no pocos de los secuestrados “los sometieron a golpes, gritos, burlas y malos tratos físicos y sicológicos como forma de castigo, intimidación, coacción”. Falsos fusilamientos para prolongar las torturas sicológicas. Raptos a niños y mujeres embarazadas. Abortos para matar criaturas engendradas en la violencia guerrillera. Negociación de los cadáveres de las víctimas muertas en cautiverio para poder ser devueltos a sus familiares. No se les quedó pendiente ningún delito de lesa humanidad por cometer ni norma penal y moral alguna por violar.

Los relatos de algunos secuestrados son tan inhumanos y demenciales que no pueden comprenderse por cabeza alguna, por retorcida que sea. Sus captores escupían sobre sus alimentos, no respetaban la intimidad en sus necesidades fisiológicas, y amarrados con alambres a los árboles les negaban las condiciones mínimas de higiene. Era trato de animales salvajes, propio de los campos de concentración nazistas. Los relatos, la imaginación novelesca de los grandes escritores de misterios, suspensos y crímenes, se quedan cortos ante tan macabra realidad.

Guardamos una leve esperanza de que la JEP demuestre que sus magistrados son imparciales en sus juicios y sentencias, así muchos de sus integrantes simpaticen con la lucha revolucionaria de las insurgencias. Tiene la JEP, frente a estos delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra –imprescriptibles por cierto–, la oportunidad histórica de reivindicarse con los colombianos aplicando justicia pronta y decidida, así sean penas tan benévolas como las pactadas en el acuerdo habanero

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